Manuela
se había levantado, como solía hacer cualquier otro día, con el cuerpo baldado,
dolorido de sufrir durante toda la noche la tortura del viejo catre, cuyo
colchón, ya muy deteriorado, tenia todos los muelles deformados y se le
clavaban en su espalda, -“yo no sé ni por qué me levanto, ni ¿para qué? solo
soy una pobre vieja, solitaria, abandonada a su suerte por sus hijos y sin
familia a la que acudir, sin nadie que me socorra, ni se interese si vivo o si
he muerto… Este es solo un día más que me acerca a mi cruel desenlace”. Lo
cierto es que Manuela era una persona mayor, su rostro marcado por los surcos
que el tiempo había tallado por aquellos duros trabajos que había tenido que
hacer; quedo viuda muy pronto, con tres hijos a su cargo, todos pequeños. Su
marido fue víctima de esa peste moderna que se llama cáncer, en concreto del
cáncer de páncreas. No tuvo ninguna posibilidad de sobrevivir y la dejo sola,
siendo tan joven y con los hijos por criar… Cuando estos desagradables sucesos ocurrieron,
su mundo se derrumbó como castillo de naipes, pues no veía la mínima
posibilidad de supervivencia, ya que su marido era la única fuente de ingresos
que tenía su hogar. Con una hipoteca por pagar, una casa por gobernar… se veía incapaz.
– ¡Oh Madre mía! Decía dirigiendo su mirada hacia una pequeña imagen de María
Auxiliadota, que había heredado de su madre, que fue también muy devota de esta
advocación mariana. ¡Oh virgencita! Auxíliame, dadme fuerzas y entereza para
sacar hacia delante a mis hijos, no me abandones, te lo ruego, nada pido para
mí y nada te pediré… si me ayudas a
salir hacia delante… Manuela se vio obligada a superar el dolor, a ser fuerte,
a hacerle frente al desafío que la vida le planteaba; trabajo duro y toda la
faena que podía y su escaso tiempo le permitía lo realizaba, para obtener mayor
confort y mejor educación para sus hijos, a los que adoraba y gracias a su
esfuerzo costeo licenciaturas universitarias. Manuela nunca tuvo tiempo de
quejarse, ni de atender los crecientes dolores que la edad y el descomunal
sobreesfuerzo le regalaban… nunca tuvo tiempo para sí, ni para reorganizar su
vida, ni para darle tiempo a algún nuevo amor…. Pues según decía ella el único
amor había sido su marido y lo mucho o poco que le quedaba era para sus hijos,
pues pretendía ser recordada por ellos como una buena madre. La vida nunca fue
justa con ella, y por tanto, no había ningún motivo de empezar a serlo, para su
desgracia y como consecuencia de la terrible crisis económica, sus hijos a
pesar de la sobresaliente preparación que tenían, no encontraban donde
trabajar, ni tan siquiera en aquellos trabajos que hasta no hace tanto tiempo,
nadie quería, solo eran realizados por emigrantes, pues eran considerados
trabajos de tercera… Lo que cambia la
vida, ahora eran trabajos codiciados como oro en paño por todos, fuesen en las
condiciones que fuesen, sería siempre más aceptable que estar en paro y sin
futuro, pero solo unos pocos lo encontraban, y entre ellos no se contaban a sus
hijos. Siendo tan espinoso el negro horizonte que se les presentaba, que se
vieron obligados a tomar la decisión de emigrar a otros países donde la fortuna
les sonriera o al menos la crisis hubiera ejercido menos influencia. Lamentablemente
esa decisión condenaba a la soledad perpetua a Manuela... Ella mostrando una
falsa fortaleza, acepto e incluso les animo a hacerlo – No preocuparos por mí,
yo estoy bien, aún soy joven y además podemos seguir en contacto con los
teléfonos e incluso si hace falta me matricaria en cursos de internet y
aprendería a hacer video-conferencias o lo que fuese preciso, será como si no
os fuerais lejos, como si estuvierais aquí en casa, con la única salvedad que
no me tengo que ocupar de vuestras ropas y comidas… les sonreía Manuela con una tímida y fingida
sonrisa que escondía sus miedos. Sucedió que aquel día andorreaba por allí una
joven de desconocida procedencia, que como cada mes venia pidiendo limosna. Vestía
andrajosa con la ropa que lograba alcanzar de los contenedores… su primera
labor era registrar las basuras de la gente del pueblo por si habían dejado
caer algún resto de comida, le daba igual que fuese de varios días, como el
estado de descomposición que tuviera. –“El hambre tiene cara de cochino- se
decía y por lo menos el estómago llenaría aunque fuese de infectas porquerías.
Después, como si no hubiera hecho nada visitaba las casas una a una en busca de
la caridad de las gentes, que era poca… en parte debido a la angustia de la
crisis, en parte debido a que de vez en cuanto se dejaba caer por el pueblo una
horda de vagabundos organizados que lograban escarmentar a las gentes, cerrando
aún más sus manos y su corazón… La apariencia de aquella chica no le hacía
justicia, pues aparentaba ser una mujer entrada en la senectud más que la
juventud que aun gozaba. Pero si le mirabas a los ojos se veía la adolescente
que aún era. Esa cara llena de churretes, esas medias con tantas carreras eran
más agujeros que medias, ese vestido lleno de remiendos, esos pelos sin cepillar,
llenos de algo que daba la impresión de ser liendres.. No era deseada su
compañía y en las casas a las que llamaba nadie le respondía, eso sí, cuando se
alejaba un poco, sin intentar disimular un poco, salía la dueña de aquella
puerta con un arrapo en la mano y un desconocido líquido para limpiar allá
donde ella había puesto su sucia mano para aporrear la puerta, no fuera que les
contagiara alguna enfermedad o la pobreza, si esta se pudiese contagiar.
Llego
la mendinga tocando a la casa de Manuela, está abriendo una ventana pregunto
-¿Quién es? – señora auxílieme por favor no me abandone, nada pido para mi…
pero si para un infante que tengo y que lleva no sé cuántos días sin comer en
condiciones. Al escuchar aquellas suplicas Manuela volvió a mirar a la menesterosa,-
ahora mismo te abro la puerta de mi casa, abrió la puerta lo más rápido que su
cuerpo le permitía,- dime ¿dónde tienes a ese niño? Le pregunto Manuela. –A las
afueras del pueblo, le respondió,- oculto de miradas indiscretas en un caserón
abandonado, se encuentra en compañía de mi esposo, ya que ambos alternamos en
su cuidado con la práctica de pedir caridad, si usted quisiera le puedo limpiar
la casa o hacerle algún trabajillo, lo que me quiera mandar a cambio de
alimento para mi hijo –No es menester, tengo la casa limpia, seria limpiar
sobre limpio- dijo Manuela, al instante el rostro de la indigente esbozo un
gesto de desilusión y unas lágrimas asomaron por aquellos hermoso ojos.- Pero
si puedes ir en busca de tu esposo y de tu hijo que hoy por lo menos he de
comer acompañada y ya veremos que más se
puede hacer- prosiguió Manuela. Al escuchar aquellas inesperadas palabras la
dicha cubrió el rostro de la joven,-- gracias señora no se arrepentirá, mi
marido era carpintero y si tiene que hacer algún arreglo, con ese trabajo se lo
agradeceremos, y echándose los pies al hombro, salió corriendo en busca de su
esposo y de su hijo para comunicarles las buena nueva. Mientras llegaban
Manuela, comenzó a preparar la comida ya que tenía habios para ello, aquello
que tenía guardado para la cena de nochebuena, por si sus hijos se dejaban caer
dándole una sorpresa, pero que todo sugería que no sería así, saco el mantel
que solo utilizaba en esa alegre cena, cuando en esa noche tan singular estaba
siempre acompañada de sus hijos y juntos brindaban por todo lo bueno que
sucedía en sus vidas y lo celebraban cantando los tradicionales villancicos, también
saco la mejor cubertería que tenía y todo tipo de copas, vasos y demás… y aquellos
licores que con tanto celo guardaba para el ansiado reencuentro… pareciera
aquel refectorio un pequeño salón de fiestas, con aquella mesa tan lujosamente
ataviada para un gran evento. Se diría que esperaba a gentes de alta estirpe y
no a tres harapientos mendigos. Pero
Manuela era así… Sonó el timbre de la
puerta y fue a abrir y cuál sería su sorpresa al ver aquella pareja de
menesterosos que portaba en brazos a su tierno infante, no había visto nunca
niño más hermoso de pelo ondulado, ojos negros que resaltaban como carbón en la
nieve, tés morena… era una preciosidad de chiquillo, pareciera un angelito
sacado de las pinturas de la Inmaculada de Murillo. Tenía Manuela la sensación
de que conocía a aquella extraña familia, era como algo suyo, algo que su
sangre reconocía como propia, aunque los ojos se negaban a hacerlo, como si el
niño fuese su nieto, una sensación rara para ella, pues aún no tenían sus hijos
descendencia. Educadamente les invito a pasar.- “pasad estáis en vuestra casa”,
“señora hemos tardado un poco porque nos hemos entretenido acicalándonos un
poco, para no causar tan mala impresión y evitar oler mal para no provocarle
repugnancia”- se excusó la joven. “¿Repugnancia a mí? ¡Ay chiquilla! si
supieras los trabajos que he tenido que hacer y la suciedad por no nombrarla de
distinta manera, que me he visto obligada a quitar, es que lo poco de
escrúpulos que tenía, los perdí a la fuerza, además que vosotros estáis muy
bien… sois tan jóvenes, que lastima que os veáis obligados a llevar este duro
tipo de vida… antes trabajábamos mucho, ganábamos poco, pero, al menos
subsistíamos con lo que se sacaba trabajando de sol a sol, y al llegar a casa
otra peonada, ahora no hay trabajo, ¡si lo sabré yo! que mis tres hijos han
tenido que emigrar, se han tenido que ir a “Fernando Po” o más lejos porque el
nombre del país no le había oído antes, ni sabía que existiese”-le contesto
Manuela. Y se sentaron alrededor de la mesa y comieron los típicos mangares
navideños, acompañados por una animada conversación dentro del desarrollo de
una amena comida. Cuando hubo finalizada la comida la joven se ofrecio a
limpiarlo todo, era lo mínimo que podía hacer, aunque a regañadientes Manuela
acepto y quedo charloteando con el marido de esta, mientras ambos observaban
como el chiquillo se divertía jugando con un poco de agua dentro del vaso que
la vertía sobre otro vaso y así sucesivamente, dando grandes carcajadas cada
vez que cambiaba el recipiente. “hay que ver que felices son los niños, se
divierten con nada” asevero Manuela rompiendo el silencio entre ellos. “si. Le respondió.
Menos mal que no se dan cuenta de nada y creen que esto es vivir feliz”. “¿y lo
es? Pregunto Manuela. “nosotros somos felices con poco, con tener un techo que
nos cubra, un trapo que nos tape, calzado y una comida caliente… no necesitamos
nada más” le respondió el joven. ¿Y te parece poco lo que pides? ¿Cuál es tu
profesión? Porque me imagino que te dedicarías a algo antes de esta crisis?
Interrogaba con curiosidad Manuela. “si señora, soy carpintero, el trabajo
nunca me falto pero todo cambio de repente y tuvimos que emigrar dejándolo todo
atrás” le respondió el joven.”¡ah! pero sois emigrantes, que casualidad, pues
en mal sitio habéis puesto la era” le matizo Manuela. “son malos tiempos para
nosotros en todos los lugares y cada vez estamos más perseguidos” insistió el
joven ¿Por qué?¿qué mal habéis hecho? Preguntaba Manuela. “mal ninguno señora sino
más bien todo lo contrario buscamos el bien de todos” le respondió el joven. “no
entiendo” insistía Manuela. Entonces tomo la palabra la joven y le pregunto ¿aún
no nos has reconocido Manuela? ¿No sabes quiénes somos? Con las veces que me has
pedido ayuda para tus hijos” A Manuela un escalofrió le recorrió su espalda y
entre el miedo y la curiosidad les pregunto “¿Por qué había de reconoceros? Yo
nos he visto nunca hasta hoy mismo y no recuerdo de pediros ayuda sino más bien
todo lo contrario “Bien dices que no nos has visto hasta hoy, dijo la joven,
pero siempre hemos vivido en tu corazón, las primeras palabras que has tenido
todos los días desde que enviudaste han sido para mí, para que te diera fuerzas
en ese día que comenzabas” “No porque mis primeros pensamientos eran para
agradecer la buena noche y pedir fuerzas para el nuevo día, pero se lo pedía a
mi virgencita Auxiliadora..” Manuela tuvo una sensación rara de paz, de
incredulidad, como si aún estuviese dormida. “Efectivamente, soy quien piensas
María la madre de Dios, él es mi esposo José y el niño es mi divino hijo, somos
la Sagrada Familia “Señora si eres quien dices, no merezco tanta dicha, tanto
honor, soy una malhumorada vieja, que se levanta maldiciendo su suerte y
quejándome por todo” “No, eres tan buena como lo fuiste siempre, ahora te
quejas por la soledad, pero tu corazón es puro, por eso nos has recibido y has
compartido con nosotros lo que guardabas con tanto entusiasmo para tus hijos,
por si venían por navidad. El señor se ha fijado en ti y te ha puesto esta dura
prueba, para poner a prueba la persona tan especial que eres, y te va a premiar
con aquello que más deseas, tus hijos van a volver, no para estas navidades,
pero si lo harán poco después, se quedaran aquí para siempre, cerca de ti,
fundaran sus familias, les enseñaran todas las buenas sabidurías que tú le transmitiste,
y llenaran tu casa de esos que tanto deseas, tendrás nietos y serás feliz con
todos ellos hasta que tu tiempo en la tierra se acabe, más cuando eso suceda,
no acabara ahí tu felicidad, pues seguirás gozándola allá en el paraíso, con tu
amado esposo por siempre jamás, te ruego que no cuentes nada de lo aquí
acontecido a nadie, ni a tus hijos siquiera, solo ten fe y mucha paciencia,
entonces comprobaras como todo llega y todo se pasa, nada perdura, solo el Señor es eterno y es fiel a
su palabra” y dicho esto tras una breve contemplación de tan sagrada familia
desaparecieron esfumándose como el recio a media mañana, quedando la casa
perfumada con un singular olor que delataba tan regia visita. Manuela quedo
perpleja no sabiendo si lo que acababa de vivir era un dulce sueño o si había
sido real. De todas formas ella siguió con su vida como si nada hubiese
ocurrido, pero quejándose menos y viviendo más… En aquellas navidades sus hijos
no pudieron visitarla pero le anunciaron que pronto tendrían una agradable
sorpresa, acordándose Manuela de lo que la señora le dijo. A los pocos meses
tuvo a sus hijos cerca, todo fundaron sus respectivas familias, le llenaron la
casa de alegría con sus nietos y fue feliz porque sabía que al final tendría el
reencuentro con su amado porque siempre su corazón había estado vestido de bondad.