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miércoles, 2 de diciembre de 2015

Corazón vestido de Bondad


   Manuela se había levantado, como solía hacer cualquier otro día, con el cuerpo baldado, dolorido de sufrir durante toda la noche la tortura del viejo catre, cuyo colchón, ya muy deteriorado, tenia todos los muelles deformados y se le clavaban en su espalda, -“yo no sé ni por qué me levanto, ni ¿para qué? solo soy una pobre vieja, solitaria, abandonada a su suerte por sus hijos y sin familia a la que acudir, sin nadie que me socorra, ni se interese si vivo o si he muerto… Este es solo un día más que me acerca a mi cruel desenlace”. Lo cierto es que Manuela era una persona mayor, su rostro marcado por los surcos que el tiempo había tallado por aquellos duros trabajos que había tenido que hacer; quedo viuda muy pronto, con tres hijos a su cargo, todos pequeños. Su marido fue víctima de esa peste moderna que se llama cáncer, en concreto del cáncer de páncreas. No tuvo ninguna posibilidad de sobrevivir y la dejo sola, siendo tan joven y con los hijos por criar… Cuando estos desagradables sucesos ocurrieron, su mundo se derrumbó como castillo de naipes, pues no veía la mínima posibilidad de supervivencia, ya que su marido era la única fuente de ingresos que tenía su hogar. Con una hipoteca por pagar, una casa por gobernar… se veía incapaz. – ¡Oh Madre mía! Decía dirigiendo su mirada hacia una pequeña imagen de María Auxiliadota, que había heredado de su madre, que fue también muy devota de esta advocación mariana. ¡Oh virgencita! Auxíliame, dadme fuerzas y entereza para sacar hacia delante a mis hijos, no me abandones, te lo ruego, nada pido para mí y nada te pediré…  si me ayudas a salir hacia delante… Manuela se vio obligada a superar el dolor, a ser fuerte, a hacerle frente al desafío que la vida le planteaba; trabajo duro y toda la faena que podía y su escaso tiempo le permitía lo realizaba, para obtener mayor confort y mejor educación para sus hijos, a los que adoraba y gracias a su esfuerzo costeo licenciaturas universitarias. Manuela nunca tuvo tiempo de quejarse, ni de atender los crecientes dolores que la edad y el descomunal sobreesfuerzo le regalaban… nunca tuvo tiempo para sí, ni para reorganizar su vida, ni para darle tiempo a algún nuevo amor…. Pues según decía ella el único amor había sido su marido y lo mucho o poco que le quedaba era para sus hijos, pues pretendía ser recordada por ellos como una buena madre. La vida nunca fue justa con ella, y por tanto, no había ningún motivo de empezar a serlo, para su desgracia y como consecuencia de la terrible crisis económica, sus hijos a pesar de la sobresaliente preparación que tenían, no encontraban donde trabajar, ni tan siquiera en aquellos trabajos que hasta no hace tanto tiempo, nadie quería, solo eran realizados por emigrantes, pues eran considerados trabajos de tercera…  Lo que cambia la vida, ahora eran trabajos codiciados como oro en paño por todos, fuesen en las condiciones que fuesen, sería siempre más aceptable que estar en paro y sin futuro, pero solo unos pocos lo encontraban, y entre ellos no se contaban a sus hijos. Siendo tan espinoso el negro horizonte que se les presentaba, que se vieron obligados a tomar la decisión de emigrar a otros países donde la fortuna les sonriera o al menos la crisis hubiera ejercido menos influencia. Lamentablemente esa decisión condenaba a la soledad perpetua a Manuela... Ella mostrando una falsa fortaleza, acepto e incluso les animo a hacerlo – No preocuparos por mí, yo estoy bien, aún soy joven y además podemos seguir en contacto con los teléfonos e incluso si hace falta me matricaria en cursos de internet y aprendería a hacer video-conferencias o lo que fuese preciso, será como si no os fuerais lejos, como si estuvierais aquí en casa, con la única salvedad que no me tengo que ocupar de vuestras ropas y comidas…  les sonreía Manuela con una tímida y fingida sonrisa que escondía sus miedos. Sucedió que aquel día andorreaba por allí una joven de desconocida procedencia, que como cada mes venia pidiendo limosna. Vestía andrajosa con la ropa que lograba alcanzar de los contenedores… su primera labor era registrar las basuras de la gente del pueblo por si habían dejado caer algún resto de comida, le daba igual que fuese de varios días, como el estado de descomposición que tuviera. –“El hambre tiene cara de cochino- se decía y por lo menos el estómago llenaría aunque fuese de infectas porquerías. Después, como si no hubiera hecho nada visitaba las casas una a una en busca de la caridad de las gentes, que era poca… en parte debido a la angustia de la crisis, en parte debido a que de vez en cuanto se dejaba caer por el pueblo una horda de vagabundos organizados que lograban escarmentar a las gentes, cerrando aún más sus manos y su corazón… La apariencia de aquella chica no le hacía justicia, pues aparentaba ser una mujer entrada en la senectud más que la juventud que aun gozaba. Pero si le mirabas a los ojos se veía la adolescente que aún era. Esa cara llena de churretes, esas medias con tantas carreras eran más agujeros que medias, ese vestido lleno de remiendos, esos pelos sin cepillar, llenos de algo que daba la impresión de ser liendres.. No era deseada su compañía y en las casas a las que llamaba nadie le respondía, eso sí, cuando se alejaba un poco, sin intentar disimular un poco, salía la dueña de aquella puerta con un arrapo en la mano y un desconocido líquido para limpiar allá donde ella había puesto su sucia mano para aporrear la puerta, no fuera que les contagiara alguna enfermedad o la pobreza, si esta se pudiese contagiar.

Llego la mendinga tocando a la casa de Manuela, está abriendo una ventana pregunto -¿Quién es? – señora auxílieme por favor no me abandone, nada pido para mi… pero si para un infante que tengo y que lleva no sé cuántos días sin comer en condiciones. Al escuchar aquellas suplicas Manuela volvió a mirar a la menesterosa,- ahora mismo te abro la puerta de mi casa, abrió la puerta lo más rápido que su cuerpo le permitía,- dime ¿dónde tienes a ese niño? Le pregunto Manuela. –A las afueras del pueblo, le respondió,- oculto de miradas indiscretas en un caserón abandonado, se encuentra en compañía de mi esposo, ya que ambos alternamos en su cuidado con la práctica de pedir caridad, si usted quisiera le puedo limpiar la casa o hacerle algún trabajillo, lo que me quiera mandar a cambio de alimento para mi hijo –No es menester, tengo la casa limpia, seria limpiar sobre limpio- dijo Manuela, al instante el rostro de la indigente esbozo un gesto de desilusión y unas lágrimas asomaron por aquellos hermoso ojos.- Pero si puedes ir en busca de tu esposo y de tu hijo que hoy por lo menos he de comer acompañada y ya veremos que más  se puede hacer- prosiguió Manuela. Al escuchar aquellas inesperadas palabras la dicha cubrió el rostro de la joven,-- gracias señora no se arrepentirá, mi marido era carpintero y si tiene que hacer algún arreglo, con ese trabajo se lo agradeceremos, y echándose los pies al hombro, salió corriendo en busca de su esposo y de su hijo para comunicarles las buena nueva. Mientras llegaban Manuela, comenzó a preparar la comida ya que tenía habios para ello, aquello que tenía guardado para la cena de nochebuena, por si sus hijos se dejaban caer dándole una sorpresa, pero que todo sugería que no sería así, saco el mantel que solo utilizaba en esa alegre cena, cuando en esa noche tan singular estaba siempre acompañada de sus hijos y juntos brindaban por todo lo bueno que sucedía en sus vidas y lo celebraban cantando los tradicionales villancicos, también saco la mejor cubertería que tenía y todo tipo de copas, vasos y demás… y aquellos licores que con tanto celo guardaba para el ansiado reencuentro… pareciera aquel refectorio un pequeño salón de fiestas, con aquella mesa tan lujosamente ataviada para un gran evento. Se diría que esperaba a gentes de alta estirpe y no a tres harapientos  mendigos. Pero Manuela era así…  Sonó el timbre de la puerta y fue a abrir y cuál sería su sorpresa al ver aquella pareja de menesterosos que portaba en brazos a su tierno infante, no había visto nunca niño más hermoso de pelo ondulado, ojos negros que resaltaban como carbón en la nieve, tés morena… era una preciosidad de chiquillo, pareciera un angelito sacado de las pinturas de la Inmaculada de Murillo. Tenía Manuela la sensación de que conocía a aquella extraña familia, era como algo suyo, algo que su sangre reconocía como propia, aunque los ojos se negaban a hacerlo, como si el niño fuese su nieto, una sensación rara para ella, pues aún no tenían sus hijos descendencia. Educadamente les invito a pasar.- “pasad estáis en vuestra casa”, “señora hemos tardado un poco porque nos hemos entretenido acicalándonos un poco, para no causar tan mala impresión y evitar oler mal para no provocarle repugnancia”- se excusó la joven. “¿Repugnancia a mí? ¡Ay chiquilla! si supieras los trabajos que he tenido que hacer y la suciedad por no nombrarla de distinta manera, que me he visto obligada a quitar, es que lo poco de escrúpulos que tenía, los perdí a la fuerza, además que vosotros estáis muy bien… sois tan jóvenes, que lastima que os veáis obligados a llevar este duro tipo de vida… antes trabajábamos mucho, ganábamos poco, pero, al menos subsistíamos con lo que se sacaba trabajando de sol a sol, y al llegar a casa otra peonada, ahora no hay trabajo, ¡si lo sabré yo! que mis tres hijos han tenido que emigrar, se han tenido que ir a “Fernando Po” o más lejos porque el nombre del país no le había oído antes, ni sabía que existiese”-le contesto Manuela. Y se sentaron alrededor de la mesa y comieron los típicos mangares navideños, acompañados por una animada conversación dentro del desarrollo de una amena comida. Cuando hubo finalizada la comida la joven se ofrecio a limpiarlo todo, era lo mínimo que podía hacer, aunque a regañadientes Manuela acepto y quedo charloteando con el marido de esta, mientras ambos observaban como el chiquillo se divertía jugando con un poco de agua dentro del vaso que la vertía sobre otro vaso y así sucesivamente, dando grandes carcajadas cada vez que cambiaba el recipiente. “hay que ver que felices son los niños, se divierten con nada” asevero Manuela rompiendo el silencio entre ellos. “si. Le respondió. Menos mal que no se dan cuenta de nada y creen que esto es vivir feliz”. “¿y lo es? Pregunto Manuela. “nosotros somos felices con poco, con tener un techo que nos cubra, un trapo que nos tape, calzado y una comida caliente… no necesitamos nada más” le respondió el joven. ¿Y te parece poco lo que pides? ¿Cuál es tu profesión? Porque me imagino que te dedicarías a algo antes de esta crisis? Interrogaba con curiosidad Manuela. “si señora, soy carpintero, el trabajo nunca me falto pero todo cambio de repente y tuvimos que emigrar dejándolo todo atrás” le respondió el joven.”¡ah! pero sois emigrantes, que casualidad, pues en mal sitio habéis puesto la era” le matizo Manuela. “son malos tiempos para nosotros en todos los lugares y cada vez estamos más perseguidos” insistió el joven ¿Por qué?¿qué mal habéis hecho? Preguntaba Manuela. “mal ninguno señora sino más bien todo lo contrario buscamos el bien de todos” le respondió el joven. “no entiendo” insistía Manuela. Entonces tomo la palabra la joven y le pregunto ¿aún no nos has reconocido Manuela? ¿No sabes quiénes somos? Con las veces que me has pedido ayuda para tus hijos” A Manuela un escalofrió le recorrió su espalda y entre el miedo y la curiosidad les pregunto “¿Por qué había de reconoceros? Yo nos he visto nunca hasta hoy mismo y no recuerdo de pediros ayuda sino más bien todo lo contrario “Bien dices que no nos has visto hasta hoy, dijo la joven, pero siempre hemos vivido en tu corazón, las primeras palabras que has tenido todos los días desde que enviudaste han sido para mí, para que te diera fuerzas en ese día que comenzabas” “No porque mis primeros pensamientos eran para agradecer la buena noche y pedir fuerzas para el nuevo día, pero se lo pedía a mi virgencita Auxiliadora..” Manuela tuvo una sensación rara de paz, de incredulidad, como si aún estuviese dormida. “Efectivamente, soy quien piensas María la madre de Dios, él es mi esposo José y el niño es mi divino hijo, somos la Sagrada Familia “Señora si eres quien dices, no merezco tanta dicha, tanto honor, soy una malhumorada vieja, que se levanta maldiciendo su suerte y quejándome por todo” “No, eres tan buena como lo fuiste siempre, ahora te quejas por la soledad, pero tu corazón es puro, por eso nos has recibido y has compartido con nosotros lo que guardabas con tanto entusiasmo para tus hijos, por si venían por navidad. El señor se ha fijado en ti y te ha puesto esta dura prueba, para poner a prueba la persona tan especial que eres, y te va a premiar con aquello que más deseas, tus hijos van a volver, no para estas navidades, pero si lo harán poco después, se quedaran aquí para siempre, cerca de ti, fundaran sus familias, les enseñaran todas las buenas sabidurías que tú le transmitiste, y llenaran tu casa de esos que tanto deseas, tendrás nietos y serás feliz con todos ellos hasta que tu tiempo en la tierra se acabe, más cuando eso suceda, no acabara ahí tu felicidad, pues seguirás gozándola allá en el paraíso, con tu amado esposo por siempre jamás, te ruego que no cuentes nada de lo aquí acontecido a nadie, ni a tus hijos siquiera, solo ten fe y mucha paciencia, entonces comprobaras como todo llega y todo se pasa, nada  perdura, solo el Señor es eterno y es fiel a su palabra” y dicho esto tras una breve contemplación de tan sagrada familia desaparecieron esfumándose como el recio a media mañana, quedando la casa perfumada con un singular olor que delataba tan regia visita. Manuela quedo perpleja no sabiendo si lo que acababa de vivir era un dulce sueño o si había sido real. De todas formas ella siguió con su vida como si nada hubiese ocurrido, pero quejándose menos y viviendo más… En aquellas navidades sus hijos no pudieron visitarla pero le anunciaron que pronto tendrían una agradable sorpresa, acordándose Manuela de lo que la señora le dijo. A los pocos meses tuvo a sus hijos cerca, todo fundaron sus respectivas familias, le llenaron la casa de alegría con sus nietos y fue feliz porque sabía que al final tendría el reencuentro con su amado porque siempre su corazón había estado  vestido de bondad.