Cuando
en nuestra sociedad hay algún cambio inesperado y este es valorado por
diferentes personas, cada una le otorgará un valor distinto, como fiel reflejo
de una escala de principios éticos personales que sustentan tanto su filosofía
como su modo de pensar para afrontar las decisiones difíciles que se han de
tomar en la vida. Ciertamente se valorará este cambio de diferente manera, así
trasladarán su impresión personal, aquella que le causo el suceso en sí, a
cuantos les quieran escuchar. Todas las diferentes valoraciones son ciertas y
sinceras; a pesar de existir enormes contradicciones entre ellas: “diferentes
personas, diferentes valoraciones... un
mismo hecho”; parafraseando a Calderón de la Barca "Nada es verdad, nada
es mentira, todo es del color del cristal con que se mira". Estas
diferentes apreciaciones expresan la búsqueda incesante de la trascendencia
personal, por parte de cualquiera que desea fervientemente ser el centro de
atención y motivo de "admiración y envidia sana" por parte de su
entorno social; aunque solo sea por unos breves e insignificantes instantes.
Este deseo de notoriedad tiene dos vertientes: "la mundana" que busca
la gloria vana, inmediata y efímera o bien, "la espiritual" que
pretende un reconocimiento a más largo plazo, bien se podía definir este como
"un reconocimiento histórico", para que su fama perdure más allá de
sus coetáneos y se instale en el "Olimpo" de la inmortalidad, de los
héroes eternos, indistintamente, de que dicha fama se hubiese logrado por
métodos poco o nada ortodoxos, ya fuesen de forma positiva o negativa, en cualquier caso, lo
que les importa es que la adquisición de esta fama no sea efímera y sea
perpetua en el tiempo. Este deseo de notoriedad suele ser de carácter inverso,
pues a menudo, debido a diferentes causas o circunstancias que confluyen en una
misma persona, está, se suele hundir en su propia miseria. La vida es, como se
nos recuerda constantemente, un deseo de aprovecharnos los unos de los otros,
más que un deseo es una realidad; no queremos vivir bajo el yugo de nadie, ni
tampoco en soledad, queremos dirigir nuestras palabras a quienes las quieran
escuchar, mostrarles nuestra verdadera esencia, la persona que en realidad
somos, esa que solo surge en la intimidad. Esto solo acontece en nuestro
círculo de amistades más íntimo, cuando estamos "a gusto". Es está,
la verdadera experiencia que se adquiere con una amistad sincera, que se define
con la siguiente frase: "Hay algo más grande que sentirse querido,
apreciado, amado; que siempre se nos quiera tener tan cerca como fuera posible,
en cualquier momento, en cualquier circunstancia, nunca seremos mal recibidos,
y en nuestra ausencia, se nos echara de menos". Y, ¿todavía dudaremos de
la impresión que causamos? pues basta con nuestra presencia para desatar el
oculto deseo que todos tenemos de acercarnos a los demás, de obtener su sincera
amistad. Por ello, que se nos menosprecie sería un grave error, con respecto a nosotros,
que bien podrían adoptar. Por insignificante que seamos o parezcamos ser, sus
apreciaciones delatarían un desconocimiento absoluto de nuestra personalidad...
Aunque el conocimiento que de ellos tenemos sea igualmente raquítico y escaso;
no por ello es motivo para ser tenido por diminuto, por insuficiente. Y es que,
aunque fuese poco, será visto por los que pueden así valorarlo, como preciso;
sólo se necesitaría tener abiertos los ojos y oídos, que algunas personas, por
extrañas razones que pertenecen más al terreno de lo místico que al real, los
tienen perennemente cerrados y emponzoñados; siéndoles totalmente imposible
apreciar la buena voluntad de quienes solo desean tener para con ellos una
verdadera amistad, ser, en definitiva,
sus amigos... sin condicionantes, sin cláusulas ocultas en letras
pequeñas, sin ninguna obligación. Pero siempre vuelve a aparecer la figura de
la duda, cada vez que intentamos hacerles una demostración de esa pretendida
amistad, quizá, sin desearlo, les hacemos sentir un poco incómodos y ello
incrementa su desconfianza. En cualquier caso, es cierto que la desconfianza
existe, y que tiene sus raíces tan profundas que nosotros unilateralmente no
podemos eliminarla. También es verdad que las dudas tienen una dimensión demasiado
compleja y confusa: nos va “lentamente corroyendo” y se hacen más profundas,
hasta el punto de no poder de ninguna manera desterrarlas. Pero debemos
combatir esas dudas con todas las armas que podamos tener, será el único método
con el que se les puede vencer. No debemos olvidar que, a veces, se nos ha calumniado sin motivo con la única
finalidad de acabar con nuestra buena fama, por tanto para desprestigiarnos.
Debemos de reconocer que han estado a punto de conseguirlo, pero la falta de
constancia y de persistencia ha jugado a nuestro favor. Asimismo, no debemos
olvidar que la gente nos tragamos una "trola" antes que darle crédito
a la verdad. La cayada como respuesta que les damos, les demuestra la
absurdidad del argumento de quienes en todo lo que hacen o dicen, se
contradicen. De paso, ese silencio realizado por nosotros es la confirmación de
la falsedad de esas calumnias. La desinformación que a sabiendas provocan, es
un fermento maléfico y destructor de la verdadera amistad. Precisamente, uno de
los signos de división es no saber entendernos los unos con otros.
Desgraciadamente, en la sociedad actual abunda este tipo de personas, que
impiden con su actitud que se desarrolle la comprensión y el reconocimiento
mutuo. Es bueno que meditemos cuál es nuestra posición en este “entuerto”.
Preguntémonos: ¿somos el origen de la discordia o somos la inevitable
consecuencia de esta? ¿Colaboro con mi actitud en “armonizar” nuestro entorno?
Porque de la mente humana salen las cosas más maravillosas que jamás hubiésemos
imaginado inventar, pero también salen las perversiones más diabólicas que
jamás pudiésemos pensar efectuar. Es muy importante saber conciliar nuestra
vida con la de nuestro entorno, la respuesta a todos los inconvenientes está en
el interior de cada uno, es decir, poner nuestro granito de arena en la
colaboración que se necesita para que nos entendamos, recordemos que “dos no
discuten si uno de ellos no quiere”.
Una
razón que este abrigada con un buen argumento, nos obligaría a trabajar no solo
en función de nuestro bien personal, sino que al hacerlo, sin ni siquiera
proponérnoslo, estaremos trabajando por el bien común. Lo deberíamos de hacer
con mucho respeto, sin invadir las competencias o campos exclusivos de
terceros, ósea, pisando firme nuestro terreno... eso sí, hacerlo con mucha
serenidad y seriedad, que no serios o malhumorados. Son estos, tiempos
tenebrosos, oscuros y grisáceos, pero que irónicamente representan una
oportunidad única que la vida nos regala, sin haberla tan siquiera pedido… para
así de este modo, poner en práctica esos valores que tan activamente
desde hace tanto tiempo hemos defendido. Se debería de hacer con una sonrisa
dibujada en nuestra tez, con actitud positiva, sin perder nunca la
compostura... motivada por un profundo convencimiento personal, para que seamos
capaces de transmitir esos mismos valores, pero esta vez, acompañados del
ejemplo personal. Asimismo, se debería de comenzar con sencillez, sin elevadas
pretensiones, puesto que estamos sometidos a cometer errores, igual que
cualquier otro, la diferencia viene marcada porque, de cualquier modo,
lograremos que nuestra vida se vaya lentamente transformando, que vaya
adquiriendo esa plenitud y madurez que desde siempre buscamos, para que estén
en concordancia nuestra conducta con aquellos valores que a otros, algunas
veces, tan pesadamente les exigimos. Es fundamental para nosotros, hacer
un gesto de humildad y que así sea entendido. Que nadie reconozca nuestra firma
en las acciones que ponemos en marcha, ni se sepa de que la autoría intelectual
nos pertenece, lo importante son las consecuencias derivadas de estas acciones,
nunca quien o quienes las posibilitaron… Pues somos, en esencia, igual que
cualquier otra persona, con nuestros aciertos, fracasos y debilidades… que en
cualquier momento se pueden volver contra nosotros mismos, cuál enfermedad
“autoinmune” y destructiva y transformarnos en lo contrario de lo que deseamos.
En esta época de vacas flacas abundan los que se definen como
"modelos" a imitar, quizás son demasiados... pero se les ve el
plumero, solo obran y actúan con la única y exclusiva finalidad de ser vistos,
para aumentar su “fama”. Lo de esta gentuza es pura demagogia, alimentada por
la bajeza moral de algunos otros que ejercen de “lacayos” por así llamarles,
que actúan solo para su beneficio personal o su conveniencia. Son solo
personajes secundarios, elaborados con cartón piedra, personajillos de relleno
o simples figurantes de esta opereta teatral llamada “Vida”. Esos "falsos
modelos" no pueden estimular el crecimiento personal, social, ni la
madurez de nadie. Sus actitudes y conductas son antagonistas de ello, nunca
muestran algún interés por nada, si no es para su propio beneficio, para el
crecimiento de su orgullo o en todo caso, el de su fortuna (preferentemente).
Son la antítesis de nuestros valores, el némesis de nuestra persona, nuestro
talón de Aquiles, aquellas personas por las que perderíamos "los
papeles", por lo que no sería aconsejable imitarles en su conducta, ni tan
siquiera debiera ser tolerada o consentida, pues son de esas personas que
azuzan y encabritan a todos contra todos, tiran la piedra y esconden la mano;
nunca dan la cara...pero si pueden se harán pasar por víctimas. Yo les pregunto
¿Azuzar contra quién? ¡Ay! si de verdad supiéramos quien o quienes son los
culpables de tanta desdicha ¿íbamos a permanecer con las manos cruzadas? para
nada. Pero esto no es todo, también se nos presenta otros supuestos
"modelos" de conducta, otras alternativas, nada halagüeñas, que nos
incitan a un consumismo desenfocado, a una existencia vana y vertiginosa,
alocada, debilitando el verdadero sentido de la vida. No debemos dejarnos
engañar por esos falsos "referentes", dejarles que ganen la partida,
nos harán perder de vista nuestro faro y quizás hasta lo apaguen. Ante esta
confusión, en vez de derrumbarnos, debemos de aprovecharnos de ello, para salir
fortalecidos, para engrandecer nuestra autoestima y poner por bandera nuestras
convicciones... tendremos momentos de bajón, de extrema debilidad, seguro que sí...
Pero es, en estas delicadas situaciones, donde nos reencontramos con nosotros
mismos, con nuestra verdadera esencia, con nuestro verdadero yo... Que es mucho
más fuerte de lo que recordábamos. Con esta redescubierta fortaleza, haremos
frente a cualquier desmotivación, no dejarnos vencer por ninguna situación por
inhóspita, penosa o extremadamente angustiosa que fuese... Nosotros somos más
que eso, hasta que no suceden las cosas, desconocemos cómo vamos reaccionar, ni
que apoyo tendremos de los demás, por ello la mayoría de las veces debemos de
comenzar por conocernos a nosotros mismos.
Muchas
veces es necesario hacer un alto en el camino para valorar nuestro paso por
esta ingrata vida; un primer aspecto a tener en cuenta es el nivel de
auto-confianza: si es elevado, tendremos alta la autoestima, tendremos un buen
concepto de nosotros mismos; si por el contrario, es bajo o muy bajo, esto puede
significar que lo estemos vislumbrando en un contexto inadecuado, sin apreciar
la magnitud de su verdadera dimensión, o pudiese ser que no se esté obrando de
forma correcta… Pero, si es preciso de rectificar nuestro camino, lo
intentaremos de hacer con un firme "propósito de enmienda", asimismo,
lo deberíamos hacer motivados por una importante convicción personal y con
absoluta seguridad, conociendo en todo momento, el terreno que se pisa, saber
hasta que profundidad queremos llegar "si solo rasgar la superficie o
ahondar más profundo". Si fuesen otros los encargados de efectuar esa
valoración, la cuestión cambiaría de forma radical, no es igual valorarse uno
mismo, que lo efectúen terceras personas… Ellos no precisarían de soporíferas
verborreas, ni de razonamientos confusos o complicados, para convencernos de su
realidad, sino que la expresarían con una mediocre sencillez, más bien “chapurreado”
que hablado… el resultado será más favorable a nuestra posición, cuanto más
favorecidos hayan resultado ellos en nuestras acciones… Es una increíble
paradoja, pero real y cierta. Podría darse el caso de que nuestra acción no
persiguiera un fin tan solidario como creemos, pues solo se beneficia a unos
pocos, en realidad a muy pocos...y no son los más menesterosos, pero que por
extrañas circunstancias son a la vez, los "árbitros" encargados de
valorar esta acción; a juicio de esta peculiar minoría, sería una acción
simpar, eficaz y muy necesaria. Ellos se encargarían de trasladarnos la
equivoca idea de lo acertado y útil de esta acción... Pero dicen solo aquello
que les conviene decir, y nosotros, por nuestra parte, solo escuchamos las
palabras utilizadas para engatusarnos y vanagloriarnos, en definitiva para
"regalarnos los oídos". Omitirán, obviamente, el nefasto resultado,
si hubo alguien perjudicado, debido a la propia acción o por excluir de ella a
personas que seguramente estuviesen más necesitadas. Erróneamente les
concedimos el beneficio de la duda, y se aprovecharon de nuestra buena fe,
culpa nuestra, por no saber apreciar la naturaleza de sus verdaderas
intenciones, por fiarnos de ellos. Se muestran así convencidos de su proceder,
porque saben que nosotros siempre les escuchamos, somos así de “lelos” y para
nuestra desgracia les otorgamos una credibilidad de la que obviamente carecen…de
hecho, si llegáramos a comprobar la falta de veracidad en sus afirmaciones, y
llegaran a nuestros oídos algunas opiniones que sobre nosotros tienen, se nos
caería “los palos del sombrajo” al sentirnos engañados, utilizados de una forma
tan vil, cobarde y reprobable. ¿Qué les cuesta decir la verdad? Pedir solo lo
que necesitan, no anteponerse a nadie, no colarse en la lista de prioridades...
máxime cuando son conocedores de la existencia de personas con mayores
dificultades, algunas de ellas extremas... Que les son muy necesarios los pocos
recursos que se les pueda dar, más que necesarios les son indispensables,
simplemente para sobrevivir… Entonces si conocen estas circunstancias y saben
que las suyas no son tan urgentes, ¿Por qué hacen acopio de los recursos? ¿Por
qué insisten en llamar tanto la atención sobre si? Por puro egoísmo, por
creerse el centro del universo, por querer que se priorice sus problemas antes
que los de cualquier otro, que solo se tenga ojos para ellos... No sienten ni
el más mínimo reparo, ni ningún remordimiento de conciencia, no les da vergüenza,
ni perciben la sensación de no ser buenas personas, ya que carecen del mínimo
sentido de responsabilidad, de solidaridad, de fraternidad y son a todas luces,
por sus propios méritos, merecedoras de todo el desprecio que se les pueda tener.
No hemos andado este camino tan duro y amargo para que ahora se nos tome el
pelo, se están aprovechando de nuestra ingenuidad... Pero esto no es lo que
hemos aprendido, ni tampoco lo que hemos enseñado... Cada vez que nos dejamos
engañar por su vil y envenenada palabrería, le damos, sin pretenderlo, otra
oportunidad, nos dejamos guiar por sus malos consejos. Nosotros solo les
pedíamos, que fuesen leales, discípulos de la verdad, que es en realidad la
auténtica lección que da gratis la vida y sólo por ella se nos debiera tener
esa lealtad que les reclamamos. Todo lo que necesitamos cada día es sentirnos
útiles, necesitamos, no solamente colaborar, sino que, a su vez, nos ayuden a
caminar en este largo camino.... Pidamos que nunca nos fallen las fuerzas y nos
acompañe las ganas de colaborar en la construcción de un futuro más justo y
mejor. A la par, que necesitamos, también, aprender a perdonar a los que se
aprovechan de nuestra inocencia y ser perdonados por aquellos a los que no
pudimos llegar, ni tan siquiera plantearnos el ayudarles. Debemos parar ¡Sí!
para analizarnos, para analizar las consecuencias concretas que se derivan de
nuestras acciones y saber lo que queremos hacer con nuestra vida. Sobre todo,
para vivir la virtud de la humildad, que nos da fuerzas para continuar cada día
en mejor disposición. Por esto, pedimos diariamente que todos nos ayuden a
aliviar las pequeñas o grandes carencias de los que nada poseen. Para ello la
importancia de pequeñas palabras que se transforman en grandes acciones. Para
los “duros de mollera” que no quieren entendernos… nosotros, aunque tampoco les
comprendemos, no tomamos su actitud como ofensiva y, sobre todo, no les guardamos ningún tipo de rencor, somos de
distinta calidad... Pero hemos de decirles que no olvidamos fácilmente sus tropelías.
Que en realidad nos cuesta mucho perdonarles, pues es difícil comprender que se
nos haya tomado por bobos, por simplones, por imbéciles... tan solo somos
personas normales y corrientes, por ello les recordamos aquel viejo proverbio
"la primera vez que me engañes la culpa será tuya la segunda será mía..."
Para
poder hacer frente, con cierta garantía de éxito, a los problemas que cada día trae consigo
aparejados, hay que concentrarse muy bien, "se tiene que tener la mente
bien amueblada y ocupando cada mueble el lugar previamente designado", no
sólo como preparación para este tiempo ingrato, sino para hacer frente a
cualquier inconveniente que pudiese sobrevenir y pillarnos desprevenidos.
"Debemos de tener mucho cuidado al poner en marcha nuestras acciones, si
estas, lo están bajo la atenta mirada de ciertos personajes considerados
"poderosos o influyentes", con el único fin de ser vistos y por tanto
evaluados por ellos"; si se hace con ese propósito, carecerá de mérito
alguno. El verdadero mérito que se consigue al efectuar cualquier acción,
consiste en hacerlas conforme a unos principios éticos ampliamente aceptados,
sin olvidar que "si nuestra estrategia o metodología no es justa, ecuánime
y conforme a esos principios que a su vez, se presupone que la han inspirado...
no tendrá validez moral, ni justificación ética, ni tampoco tendrá ninguna
razón lógica que la avale, pues habrá sido única y exclusivamente concebida
solo para nuestro provecho, o bien para abultar nuestro paupérrimo e insípido
currículo. La motivación que nos lleva a implicarnos se ha manifestado a lo
largo de nuestra vida, quedando explícitamente expuesta en toda nuestra
trayectoria y en las acciones realizadas durante todo ese tiempo, sin tener
recompensa alguna, ni pensar en ello tan siquiera, sin hacerle referencia en
ningún lugar, ni bajo ninguna circunstancia, ni siquiera para la promoción
personal. "Cuando realicemos alguna acción que no sea para ganar alguna
medalla o para que otros nos lo reconozcan y así lo tengan en cuenta". No
es que se deban ocultar estas acciones, pues es bueno que se efectúen, pero
nunca se debe pensar en el prestigio o la fama que se puede lograr al hacerlas,
ni por supuesto desear recompensa económica por ello. En otras palabras, se
debe hacer de tal modo, que ni nosotros tengamos la sensación de estar haciendo
acción alguna y mucho menos esperar el elogio, el piropo o reconocimiento por
parte de la sociedad. Desde siempre hemos insistido hasta la saciedad, que
ayudar a los necesitados es sobretodo un deber moral de justicia social, nunca
debería ser considerado como un acto de caridad. Más cuando se carece del
sentido de justicia, nos lleva a negar el auxilio a cualquiera aunque
legítimamente le corresponda, en virtud de ser una persona con unas necesidades
apremiantes. Nunca se debería olvidar que nadie somos propietarios de los
bienes que disfrutamos, sino meros administradores... A estas alturas, la vida
nos ha enseñado que el auténtico servicio a los demás es aquel que no solo se
limita "dar", sino que lleva a
"mostrarse" tal cual es cada uno; ofrecer nuestros conocimientos y
experiencia, ponerla al servicio del
necesitado. Ese sería un verdadero gesto de justicia social. Quien lo recibe lo
agradecerá, aunque sea en secreto...y la vida, de alguna manera nos lo
recompensará; de eso no hay que tener ni la mínima duda. Aunque con tener la
conciencia limpia y poder dormir en paz cada noche, es una más que buena
recompensa.
La
vida nos pone por delante situaciones angustiosas ante las cuales es difícil
permanecer indiferentes o en silencio, en ningún momento inmóviles... si de
verdad, se quisiera hacerle frente a tales afrentas y se les plantase cara,
debería hacerse con auténtica sinceridad, sin malos rollos, sin máscaras, ni
subterfugios... Si sacásemos a flor de piel, aquellos sentimientos que tratamos
de ocultar (para protegernos), pero que permanecen ahí, en lo más profundo de
nuestro ser... Saldría la furia y la indignación que nos produce contemplar
tanta apatía, tanto borreguísimo, tanta actitud servil, tanto peloteo y tanta
bajeza moral, en definitiva tanta hipocresía... Se acepta como normal,
situaciones anómalas, infinitamente perversas, que en cualquier otra "realidad",
de ninguna manera serían jamás toleradas. Pero ¿somos nosotros los únicos que
lo ven? o quizás, solo nosotros tenemos esas horribles visiones de sombras
grotescamente deformadas, tan oscuras y malignas que erizan el vello, las vemos
porque tenemos el poder de la clarividencia, o porque nos interesa verlas
¿dónde está ese supuesto interés personal? Por las acciones que hemos realizado
con anterioridad, nadie debería de dudar de la bondad en nuestras intenciones,
entonces, no se entiende que motivo habremos dado para que se induzca a ese
equivoco... Más deberíamos hacernos otra pregunta: ¿qué más se puede hacer para
ganarnos la confianza? Por lo que, a nosotros se refiere, está claro que en
nuestro corazón existe la inquietud que se transforma en necesidad de hacer
algo más contundente... pues nos sentimos confusos e incompletos como si nos
faltara algo. Es fácil presuponer que, lógicamente, desconocemos las auténticas
necesidades de quienes nos rodean... pues a pesar de que algunas personas viven
muy cerca de nosotros, tienen su domicilio limítrofe con el nuestro, son por
tanto, nuestros vecinos; pero también son unos completos desconocidos para
nosotros, no sabríamos responder a la pregunta de cómo son o que piensan...La
culpa será, sin duda, mutua. Son las circunstancias sociales las que propician
estos desencuentros personales. Al respecto, poco o nada se puede hacer, si no
hay voluntad reciproca de conocernos, aunque en nuestro interior siempre ha
existido esa "vocecilla" que siempre nos ha animado a romper el
hielo. Tenemos una fuerte inquietud, que se transforma en una necesidad
superior de ir más allá, de dar un paso al frente, hasta donde las fuerzas nos
acompañen. Para ello, deberíamos introducir un concepto nuevo en nuestra
rutina, ósea, un nuevo enfoque, tenemos que aprender a superar esa cruda visión
de la realidad, que reduce nuestra colaboración, a la mínima expresión... a una
cuestión de mero formalismo, para cubrir las apariencias. Nosotros pretendemos
otra cosa, que esta colaboración sea mucho más amplia y eficiente, que cuente
con la necesaria adhesión social, que la sociedad se implique de lleno,
(directa e indirectamente), que sea principalmente solidaria, que se comprendan
a todos sus miembros, llegando, incluso, a saber de las necesidades más
demandadas, sin tan siquiera las hayan tenido que pedir o reivindicar. Cuando
ponemos empeño en realizar algo, ponemos también parte de nosotros mismos,
superamos la pereza, que según parece aminora, atenaza y amordaza la voluntad
de demasiadas personas. Nadie se debe conformar con cualquier cosa, se deben
poner el mundo por montera. Se debería buscar, asimismo, por encima de todo la
excelencia en el compromiso personal, que este sea cercano, novedoso, que se
aproveche los pequeños detalles y que se sepa descubrir otros aún más pequeños,
que permanecen a la espera, ocultos en la esencia de cualquier persona,
deseando ser descubiertos. Las personas somos personas, por encima de cualquier
otro calificativo. Algunas, puede que por circunstancias de la vida, se
encuentren en situación de desamparo o de necesidad, y puede que sea debido a
una grave enfermedad o impedimento (discapacidad)... Más debería de saber que,
también tiene el mismo valor que cualquier otra. ¿Se les debe ignorar? En
realidad, la respuesta a esta pregunta que formulamos, es dejar una puerta
abierta a la esperanza. No se le deja abierta por casualidad; es un dejarla
esperando que esa respuesta negativa, lo sea de toda la sociedad, como
expresión genuina del deseo del bienestar común. Abramos, pues, nuestra mente a
toda la sociedad, a todos sus miembros, vivamos esta elección personal de
compromiso social con orgullo y sencillez, esta será la clave, la llave que
abrirá muchas puertas. Servir para servirnos, trabajar en pro del progreso de toda
la sociedad, saber superarnos día a día, sacrificar nuestros propios intereses,
si fuese preciso... Todos los caminos son válidos y, por tanto útiles. Que se
encuentre en nosotros, no sólo unos deseos sinceros, sino unas acciones reales,
verdaderas, realizadas con un sentimiento de humildad, de generosidad...
abierto a las colaboraciones y las exigencias de la sociedad actual. Porque
trabajar para el bienestar de los demás, es fuente de profundas exigencias
(propias y ajenas) y de un convencimiento radical de toda persona que se
implica en su consecución.