La sociedad moderna la estamos
construyendo con una cimentación abstracta, imprecisa e ilógica, carente de
cualquier valor ético; Se prima más el culto al propio cuerpo que el respeto a
los derechos humanos. En esta guerra, no declarada, tienen como finalidad
alcanzar oscuros objetivos, y para ello todo vale; les dejamos que nos utilicen
a su antojo, les dejamos que piensen y tomen decisiones por nosotros, incluso
decisiones de carácter personal o familiar… es degradante comprobar la ausencia
de sensaciones propias que tenemos, sin darnos cuenta hemos ido derivando en
terceros, hasta llegar a transformarnos en autómatas. Somos náufragos que van a
la deriva en medio de esta ofensiva ideológica a la que nos han conducido. A
menudo nos preguntamos ¿quién lleva razón en medio de tanta división como se
crea? Es corriente contemplar que esta división de pensamiento alcanza a cualquier tema, sea de la índole
que fuese, duele mucho comprobar cómo estas divergencias se proyectan hacia
nuestra vida habitual, de una manera intensa, más de lo que en principio
podríamos sospechar. Pudiese dar la impresión de que la verdad se ha esfumado,
cual burbuja de jabón, o sencillamente que nunca existió. Ahora nos parece
mentira todas aquellas verdades que nos han contado como ciertas, sobre la
bondad de las gentes que conforman nuestro entorno, como se formó nuestra
sociedad y que valores la unieron, pareciera como si solo conociéramos parte de
esa historia, todo parece derrumbarse ante nuestros incrédulos ojos. Parecieran
falsos todo aquello que hasta ahora nos han mantenido unidos, se nos antoja que
es solo puro teatro, pura demagogia... fruto de una imposición más que de un
deseo... deberíamos poner en cuarentena todas las verdades que se nos han dicho
sobre las relaciones personales, familiares o sociales con las que nos han
formado como persona desde la niñez... y tantas alegorías que siempre nos han
repetido hasta la saciedad, hasta el hartazgo... Hay un espacio creciente, que
por momentos se vuelve infinito, entre la verdad y lo que nosotros mantenemos
como la única verdad sobre la vida misma. Si se le da un enfoque pesimista a
este razonamiento, sólo encontraremos desolación, falsedad, hipocresía, vanidad
y muerte de la persona como ser racional. Este hecho no es solo una opinión,
deberíamos de esforzarnos en buscar la auténtica verdad. Negar la realidad, lo
evidente es como nadar contra-corriente e insistir en cerrar los ojos ante una
verdad más que incuestionable. Tanto si nos gusta como si no, el Sol siempre
estará ahí, y saldrá cada mañana con energías renovadas; pero si hemos escogido
cerrar los ojos ante esa realidad, dará igual que sea de día o de noche, no lo
comprobaremos nunca. De igual forma, algunos se niegan a hacer frente a la vida
que les ha tocado vivir, por su dureza, por su posición social, por la falta de
oportunidades... consumen todas sus energías en quejarse o en visualizar una
realidad alternativa, en ver falsas perspectivas sobre su futuro, derrochan su
fuerza de voluntad y emplean todo su potencial en hacer ver como realidad lo
que solo son alucinaciones o buenos deseos sobre sí mismos, a menudo olvidando,
que tan solo pueden alcanzar su verdadera esencia como persona caminando junto
al resto de la sociedad. Por otra parte, para encontrar ese sitio que tanto se
añora en esta sociedad, se debe comenzar por asumir las propias limitaciones,
conociendo en todo momento donde está el límite de sus capacidades, no
vanagloriarse, ni creerse un "superman"... tampoco minusvalorarse y
creerse inútil para la sociedad. Uno se encuentra a sí mismo, si entre sus
proyectos está el afrontar su realidad, su auténtica verdad y, aceptarse tal
cual es, sin abandonar nunca la idea de superación personal, es más debería de
ser el principal propósito que deberíamos tener siempre entre nuestros
objetivos, es simplemente evolucionar como persona. Que nuestra verdad sea
objetiva o subjetiva depende solo de nosotros. La verdad de la que somos
portadores cada uno, es también una llamada de atención a la sociedad sobre
nuestro "yo íntimo". En realidad, ese “yo” tan personal, es un deseo
de integración y reconocimiento social de nuestras cualidades por parte de
nuestro entorno, más que un simple deseo individual de progreso. Cuando
buscamos con ahínco la verdad empezamos a reflejarla en nuestras vidas y ello
se manifiesta en nuestra relación con nuestro entorno. Todos sabemos que decir
que una acción tenga visos de veracidad, no significa que es igual que decir que es verdadera, al
igual que decir que una actitud sea veraz, significa que sea sincera. La
veracidad se asocia sobre todo a actitudes positivas como la virtud, la
franqueza, la lucidez…etc. donde predomine la actitud de “ser sinceros”. Por
tanto sabemos que veraz no es sinónimo de verdadero. La cuestión de la verdad
ha impulsado numerosas tesis donde nos hemos cuestionado acerca del verdadero
alcance de este valor (si es que se tiene por tal). Aun así, en un sentido
práctico, la verdad no sólo debería ser patrimonio de personas públicas, sino
que debe ser la actitud que se transforme en un valor añadido y por supuesto un
valor positivo… Que sea una actitud que ejerzamos con cotidianidad, nunca como
algo extraordinario. Es por ello un valor que aportamos y a la vez exigimos en
nuestra relación con los demás. Aunque a veces hay circunstancias que nos
incitan a dejar de ser tan “beligerantes” tan "superfluos", a dejar a
un lado el egoísmo, a dejar de ser una persona a la que sólo le preocupa cosas
banales, cosas sin importancia o intrascendentes… una de las peores causas que nos
puede obligar a ello sería el afrontar una dura enfermedad, en la que puede que
incluso nos juguemos la propia vida. Si se dieran estas nefastas circunstancias
deberíamos pararnos a reflexionar, compartir esos miedos, esos terroríficos
pensamientos, esa sensación de final… hablar de ello con nuestros allegados
(familia, amigos...) y preocuparnos de cuestiones que son trascendentales para
esa dura prueba a la que nos puede someter la vida, deberíamos entonces, de
valorar aquello que es verdadero e importante en nuestra vida, aquello que no
puede ser manipulado por nadie. Para tener confianza en los demás (familia,
amigos, conocidos) es necesario que nos esforcemos por tener un pensamiento
constructivo y positivo de los demás y que esas sensaciones a su vez las proyectemos
sobre ellos en forma de buenas acciones y pensamientos.
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