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sábado, 12 de abril de 2014

El Dolor


   Cuando viene la enfermedad, y con ella, todos los problemas serios que la acompaña (económicos, laborales, familiares), comenzaremos a entender que la vida no era tan sencilla, ni nunca fue de color rosa... tal como nos la habíamos imaginado. Siempre hemos actuado como si fuésemos unos triunfadores, como si nuestra buena estrella no se fuese a apagar nunca. Asimismo, vivíamos como si la salud y el dinero no nos fuesen a faltar tampoco, exhibiendo nuestro poderío personal en lujuriosas ostentaciones, solo con el único afán de ser oscuro objeto de deseo y de envidia. Sin tener en consideración la mala imagen que de nuestra persona a los demás les estábamos proyectando. Pensábamos que el motivo de su envidia sería por la evidente falta de éxito en sus vidas, si ellos no tenían nada o muy poco, sería debido, a su atonía, a su conformismo, a la ausencia de ambición y la falta de motivación, no querían esforzarse en lograrlo, al menos, en la misma medida que nosotros lo hacíamos, dedicando tantas horas al culto personal, estábamos encantados de habernos conocido... Vivíamos a toda velocidad, con esa lógica descabellada, en ese sin sentido… Hasta que comenzamos a sufrir en nuestras propias carnes todo el sufrimiento, a notar el elevado desgaste físico, moral y social que nos provocaba la enfermedad. Su descubrimiento nos dejó asolados; fue solo entonces, cuando comprendimos algo tan simple como obvio, que también a los demás la enfermedad les causa el mismo dolor y aislamiento, tiene para ellos las mismas consecuencias, son cuestiones muy simples, pero que hasta entonces habíamos ignorado de una forma inconsciente, no sentíamos ninguna necesidad de saberlo... Comprendimos que en la vida hay demasiadas personas sufriendo, sin ninguna necesidad de hacerlo, debido en gran parte, a que nadie les ofrece algún alivio para su mal. Quizá comprendimos tarde, que no tener consideración por el que sufre dolor es inhumano, a la vez que discriminatorio, es algo realmente indigno de cualquier persona. Ahora cuando estamos forzosamente apartados del circuito social, nos damos cuenta de ello, porque tenemos demasiado tiempo para reflexionar. Cuando esto nos ocurrió, en un primer momento nos enfadábamos con todo, con todos y con los que más, fue con nosotros mismos; pero pronto comprendimos que con berrinches y pataleos (como si fuéramos unos bebes) no arreglamos nada: ni dormíamos, ni descansamos, ni con esta actitud ayudábamos a resolver ninguno de nuestros nuevos problemas recientemente adquiridos, al contrario, empeoramos todo aquello que fuese susceptible de ser empeorado. Es curioso, pero con anterioridad, nosotros éramos muy irreflexivos e irracionales, y ahora, con el dolor, con la necesidad de afecto, nos hemos vuelto sensibles, sensatos y comprensivos. Se puede afirmar que esto que nos ha pasado, es el preludio del inicio de una nueva y distinta etapa en nuestra vida, a pesar de que teníamos la impresión de que era todo lo contrario. La enfermedad y el dolor que le acompaña nos ha sosegado, de cierta manera, el alma, ha frenado radicalmente el ritmo frenético, sin límites de nuestra vida, nos ha hecho comprender un poco mejor a los que sufren; podemos, por primera vez empatizar con alguien… Nosotros que nunca habíamos tenido problemas, ni necesidades de ningún tipo y ahora no éramos ni una sombra de lo que fuimos. .. Anteriormente teníamos una visión de la vida totalmente opuesta a la actual, prejuzgábamos a los demás, con excesiva dureza y frialdad, bajo un prisma puramente materialista (tanto tienes, tanto vales) Cambió este pensamiento cuando nos encontramos ya enfermos e impedidos, ósea necesitados, entonces comenzamos a valorar la vida de un modo distinto. Ya no  teníamos tanta prisa por alcanzar ninguna meta, ni nos daba estrés… ni ejercíamos la intolerancia, tampoco respondíamos con gritos, ya no discutíamos con nadie ¿para qué? A raíz de adquirir la enfermedad se piensa de distinto modo, se ve la vida con distinto color, en parte provocado por el insoportable dolor, que a su vez les provoca a unos una mejoría en el carácter, y a otros, en cambio, se les vuelve más agrio, convirtiéndolos en unos “Esaboríos”. De la enfermedad la primera enseñanza que se obtiene es que hay que comprender mejor a los enfermos, sobre todo si están impedidos, si son dependientes, pues si además de sufrir dolor, sufren abandono, es esto último, quizás más doloroso que la propia enfermedad, y eso siempre es muy duro; y es verdad que hay personas que lo pasa mal; “toda persona debiera conmoverse siempre ante el sufrimiento de otra persona, y hacer lo que esté en su mano para impedirlo”. El dolor deja una dura secuela en la mente de quienes lo sufren, pero que nos brinda la oportunidad de darnos un baño de humildad, propicia que eliminemos el egoísmo  y nos hace inclinarnos un poco más hacia los necesitados. Todo esto, nos hace ver la vida de una modo especial, nos muestra el perfil humano que se esconde en lo más recóndito de nosotros, con esto no estamos diciendo que el dolor sea bueno, no lo es en ninguna circunstancia. El dolor nos lleva a reflexionar, a preguntarnos por el verdadero sentido que tiene todo lo que acontece a nuestro alrededor. Cuando recibimos la indeseada visita del dolor, se vive una prueba, es como una luz que detiene el normal transcurrir de la vida, con un parón forzado, que nos invita a reflexionar sobre nuestro yo interior... Por eso se ha dicho que toda reflexión hecha con profundidad, adquiere una dimensión especial con el sufrimiento del inmenso dolor y sobre todo con la proximidad de la muerte. El dolor, si lo sabemos asumir, nos advierte del error de llevar una vida vana y superficial, nos ayuda a valorar a la familia, a la sociedad… nos enseña a no ir por libre, nos enseña a no acomodarnos en nuestro egoísmo. El dolor nos vuelve más tolerantes, más abiertos, nos va curando de esa nefasta cabezonería y testarudez de ese orgullo mal entendido…. Es, una triste realidad que nos alcanzará a todos (a unos antes que a otros) y que por tanto nos mide a todos con la misma vara, con un único rasero. La vida no está ideada desde una perspectiva pueril, nadie aunque quisiera, puede permanecer inmune al dolor o a la enfermedad, es una lucha perdida de antemano. "Negar la mayor, ignorar la realidad del dolor, no lleva a ninguna parte". Prepararse para la convivencia con el dolor para cuando este venga, es aprender a soportar un mal inevitable, es esta una sabiduría fundamental para no llevarnos una sorpresa desagradable cualquier día de estos al despertar y decir “si yo hasta ayer estaba bien…”.

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