Cuando
viene la enfermedad, y con ella, todos los problemas serios que la acompaña
(económicos, laborales, familiares), comenzaremos a entender que la vida no era
tan sencilla, ni nunca fue de color rosa... tal como nos la habíamos imaginado.
Siempre hemos actuado como si fuésemos unos triunfadores, como si nuestra buena
estrella no se fuese a apagar nunca. Asimismo, vivíamos como si la salud y el
dinero no nos fuesen a faltar tampoco, exhibiendo nuestro poderío personal en
lujuriosas ostentaciones, solo con el único afán de ser oscuro objeto de deseo
y de envidia. Sin tener en consideración la mala imagen que de nuestra persona
a los demás les estábamos proyectando. Pensábamos que el motivo de su envidia
sería por la evidente falta de éxito en sus vidas, si ellos no tenían nada o
muy poco, sería debido, a su atonía, a su conformismo, a la ausencia de
ambición y la falta de motivación, no querían esforzarse en lograrlo, al menos,
en la misma medida que nosotros lo hacíamos, dedicando tantas horas al culto personal,
estábamos encantados de habernos conocido... Vivíamos a toda velocidad, con esa
lógica descabellada, en ese sin sentido… Hasta que comenzamos a sufrir en
nuestras propias carnes todo el sufrimiento, a notar el elevado desgaste
físico, moral y social que nos provocaba la enfermedad. Su descubrimiento nos
dejó asolados; fue solo entonces, cuando comprendimos algo tan simple como
obvio, que también a los demás la enfermedad les causa el mismo dolor y
aislamiento, tiene para ellos las mismas consecuencias, son cuestiones muy
simples, pero que hasta entonces habíamos ignorado de una forma inconsciente,
no sentíamos ninguna necesidad de saberlo... Comprendimos que en la vida hay
demasiadas personas sufriendo, sin ninguna necesidad de hacerlo, debido en gran
parte, a que nadie les ofrece algún alivio para su mal. Quizá comprendimos
tarde, que no tener consideración por el que sufre dolor es inhumano, a la vez
que discriminatorio, es algo realmente indigno de cualquier persona. Ahora
cuando estamos forzosamente apartados del circuito social, nos damos cuenta de
ello, porque tenemos demasiado tiempo para reflexionar. Cuando esto nos
ocurrió, en un primer momento nos enfadábamos con todo, con todos y con los que
más, fue con nosotros mismos; pero pronto comprendimos que con berrinches y
pataleos (como si fuéramos unos bebes) no arreglamos nada: ni dormíamos, ni
descansamos, ni con esta actitud ayudábamos a resolver ninguno de nuestros
nuevos problemas recientemente adquiridos, al contrario, empeoramos todo aquello
que fuese susceptible de ser empeorado. Es curioso, pero con anterioridad,
nosotros éramos muy irreflexivos e irracionales, y ahora, con el dolor, con la
necesidad de afecto, nos hemos vuelto sensibles, sensatos y comprensivos. Se
puede afirmar que esto que nos ha pasado, es el preludio del inicio de una
nueva y distinta etapa en nuestra vida, a pesar de que teníamos la impresión de
que era todo lo contrario. La enfermedad y el dolor que le acompaña nos ha
sosegado, de cierta manera, el alma, ha frenado radicalmente el ritmo
frenético, sin límites de nuestra vida, nos ha hecho comprender un poco mejor a
los que sufren; podemos, por primera vez empatizar con alguien… Nosotros que
nunca habíamos tenido problemas, ni necesidades de ningún tipo y ahora no éramos
ni una sombra de lo que fuimos. .. Anteriormente teníamos una visión de la vida
totalmente opuesta a la actual, prejuzgábamos a los demás, con excesiva dureza
y frialdad, bajo un prisma puramente materialista (tanto tienes, tanto vales)
Cambió este pensamiento cuando nos encontramos ya enfermos e impedidos, ósea
necesitados, entonces comenzamos a valorar la vida de un modo distinto. Ya
no teníamos tanta prisa por alcanzar
ninguna meta, ni nos daba estrés… ni ejercíamos la intolerancia, tampoco
respondíamos con gritos, ya no discutíamos con nadie ¿para qué? A raíz de
adquirir la enfermedad se piensa de distinto modo, se ve la vida con distinto
color, en parte provocado por el insoportable dolor, que a su vez les provoca a
unos una mejoría en el carácter, y a otros, en cambio, se les vuelve más agrio,
convirtiéndolos en unos “Esaboríos”. De la enfermedad la primera enseñanza que
se obtiene es que hay que comprender mejor a los enfermos, sobre todo si están
impedidos, si son dependientes, pues si además de sufrir dolor, sufren
abandono, es esto último, quizás más doloroso que la propia enfermedad, y eso
siempre es muy duro; y es verdad que hay personas que lo pasa mal; “toda
persona debiera conmoverse siempre ante el sufrimiento de otra persona, y hacer
lo que esté en su mano para impedirlo”. El dolor deja una dura secuela en la
mente de quienes lo sufren, pero que nos brinda la oportunidad de darnos un
baño de humildad, propicia que eliminemos el egoísmo y nos hace inclinarnos un poco más hacia los
necesitados. Todo esto, nos hace ver la vida de una modo especial, nos muestra
el perfil humano que se esconde en lo más recóndito de nosotros, con esto no
estamos diciendo que el dolor sea bueno, no lo es en ninguna circunstancia. El
dolor nos lleva a reflexionar, a preguntarnos por el verdadero sentido que
tiene todo lo que acontece a nuestro alrededor. Cuando recibimos la indeseada
visita del dolor, se vive una prueba, es como una luz que detiene el normal
transcurrir de la vida, con un parón forzado, que nos invita a reflexionar
sobre nuestro yo interior... Por eso se ha dicho que toda reflexión hecha con
profundidad, adquiere una dimensión especial con el sufrimiento del inmenso
dolor y sobre todo con la proximidad de la muerte. El dolor, si lo sabemos
asumir, nos advierte del error de llevar una vida vana y superficial, nos ayuda
a valorar a la familia, a la sociedad… nos enseña a no ir por libre, nos enseña
a no acomodarnos en nuestro egoísmo. El dolor nos vuelve más tolerantes, más
abiertos, nos va curando de esa nefasta cabezonería y testarudez de ese orgullo
mal entendido…. Es, una triste realidad que nos alcanzará a todos (a unos antes
que a otros) y que por tanto nos mide a todos con la misma vara, con un único
rasero. La vida no está ideada desde una perspectiva pueril, nadie aunque
quisiera, puede permanecer inmune al dolor o a la enfermedad, es una lucha
perdida de antemano. "Negar la mayor, ignorar la realidad del dolor, no
lleva a ninguna parte". Prepararse para la convivencia con el dolor para
cuando este venga, es aprender a soportar un mal inevitable, es esta una
sabiduría fundamental para no llevarnos una sorpresa desagradable cualquier día
de estos al despertar y decir “si yo hasta ayer estaba bien…”.
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