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martes, 8 de abril de 2014

Miedo a frascasar


   El éxito en la vida debe su existencia en parte, porque asimismo, existe el fracaso. Nadie puede afirmar que no ha fracasado nunca; en alguna que otra acción del conjunto de acciones que haya emprendido, sin duda lo habrá hecho. De la misma manera, tampoco se puede afirmar que no vaya a hacerlo en un futuro próximo... más o menos cercano. Sí por desgracia, les ha ocurrido ya, nunca deberían excusarse, echándole la culpa a terceros, de los que según afirman, han recibido pésimos consejos que le han conducido a esa calle sin salida, que es el fracaso. Nunca asumirán su cuotaparte de culpabilidad, por haber pedido consejo a  personas inadecuadas y sobre todo por haberlo seguido. El fracaso es, por tanto, algo aparejado a la condición humana... se podría decir, que es considerado normal el sufrirlo en alguna o varias ocasiones a lo largo de nuestra vida; en caso contrario, significara que no habremos intentado poner en práctica ni una sola de nuestras ideas. Se podría afirmar sin miedo a equivocarse, que es verdad que el éxito se puede alcanzar, pero que este vendrá después de innumerables intentonas, acompañadas de otros tantos fracasos. Sí se triunfa en la vida es porque se pone sobre "la mesa" mucho sacrificio, mucho esfuerzo e igual empeño para la consecución del ansiado triunfo... Pero también porque hemos aprendido "a base de palos" a evitar esos pequeños envites en forma de baches e impedimentos que nos plantan cara justo delante de nosotros, obstaculizando nuestro progreso; desviándonos, si no se remedia, hacia el inevitable fiasco del fracaso. Los que fracasan verdaderamente, son aquellos que no adquieren ningún tipo de experiencia en la adversidad, pues nunca asumen ningún tipo de riesgo, en prevención de una más que probable decepción. Cuando surge una dificultad, por diminuta que sea, en vez de “sacar pecho” para enfrentarse a ella, retroceden hacia atrás, cediendo parte del terreno ganado; lo que provoca que se hundan más y más en su desconfianza y como consecuencia, se esfume lo poco que les quede de autoestima; desistiendo al final de poner en marcha esa u otra idea, no volverá a tener iniciativa ni una sola vez más... carecen, por tanto de espíritu emprendedor. Triunfar es sobretodo “aprender del fracaso” levantarse igual número de veces que nos hubiéramos caído e intentarlo infinidad de nuevas veces hasta conseguir aquello que se pretende. El éxito es por tanto la suma de las experiencias (buenas y malas) adquiridas en tantos desencuentros con la vida, en definitiva es sinónimo de saber afrontar las inevitables condiciones de competencia que nos encontraremos en cualquier acción nueva que emprendamos. De esta paradoja, depende en gran medida que nuestra manera de obrar en esos retos, les hagan estar destinados al esplendoroso éxito o condenados al estrepitoso fracaso. Cada infortunio, cada derrota, cada decepción, cada fiasco, lleva consigo el germen del que nace la experiencia, que a su vez despertara en nosotros unas habilidades hasta ese momento, adormecidas y por tanto totalmente desconocidas para nosotros. Los reveses con los que nos propina la vida van en esa dirección, se podría decir que incluso juegan en nuestro equipo, a nuestro favor. El fracaso nos hace tomar consciencia de nuestras propias limitaciones y, al mismo tiempo, nos estimula en el afán de superarlas, de sacar lo mejor de nosotros, aquello que cada uno llevamos muy dentro, sin sospecharlo tan siquiera. Esto es así, y sucede en medio de un entorno que en muchas ocasiones nos resulta muy hostil, pero esta hostilidad provoca que se nos curta el carácter, a la vez que nuestra personalidad va alcanzando un nivel óptimo de autoestima y gana en naturalidad. Quien delegue en otros la iniciativa y siga pensando que ellos se encargaran de obsequiarle con un elevado grado de bienestar, o que será imperecedera su felicidad, se le podría calificar como un tanto cándido y memo; obtendrá muy pocas alegrías en su vida, la mayoría de las veces estará apenado, afligido por no lograr superarse a sí mismo… se sentiría un miserable y los que compartan con este tipo de persona, tanto filosofía, como maneras de pensar u obrar, posiblemente acabaran por contagiarse de ese depresivo estado emocional. Existe dos estados de ánimo, claramente diferenciados: uno: simplón, callado y conformista; el otro: intrépido, vivaz, emprendedor y luchador… Cada uno escogeremos el que mejor se amolde a nuestra personalidad. Por eso, es muy peliaguda y delicada la labor de aleccionar al propio carácter, porque otros nos podrían imitar hasta en el mínimo detalle de nuestros gestos y acciones…. Es muy importante no ser demasiados perfeccionistas “no ser más papistas que el Papa” cayendo en una especie de psicosis, “porque errar es de humanos y rectificar de sabios” en eso consiste la experiencia. La diferencia es que unos aprenden de los errores, para aplicar ese conocimiento recién adquirido en su futuro inmediato, mientras que otros sólo obtienen de ella dolor, padecimiento y desconfianza. El éxito está en la capacidad de superar todos los traspiés de la vida, con afán de superación, sin rencor, ni odios, ósea con nobleza. Es penoso ver a personas que se suponían inteligentes, venirse abajo y abandonar cualquier empresa, al mínimo contratiempo, o incluso aquellos otros que son tan perfectos que no pueden soportar un pequeño batacazo en su brillante currículo y se hunden de forma radical y miserable, para no levantarse jamás. Debemos tener presente siempre que la mayor de las decepciones suele ser dejar de intentar abrir nuevos caminos por miedo al fracaso, y dejar que los abran otros, así  obligatoriamente, tendremos que aceptar las normas y designios que nos imponen los triunfadores, que son, en definitiva quienes llevan la batuta y los demás aprender a tener la boca calladita. En nuestra mano están todas las opciones, que cada uno escoja bajo su responsabilidad la opción de futuro que desee.

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