El
éxito en la vida debe su existencia en parte, porque asimismo, existe el
fracaso. Nadie puede afirmar que no ha fracasado nunca; en alguna que otra
acción del conjunto de acciones que haya emprendido, sin duda lo habrá hecho.
De la misma manera, tampoco se puede afirmar que no vaya a hacerlo en un futuro
próximo... más o menos cercano. Sí por desgracia, les ha ocurrido ya, nunca
deberían excusarse, echándole la culpa a terceros, de los que según afirman,
han recibido pésimos consejos que le han conducido a esa calle sin salida, que
es el fracaso. Nunca asumirán su cuotaparte de culpabilidad, por haber pedido
consejo a personas inadecuadas y sobre
todo por haberlo seguido. El fracaso es, por tanto, algo aparejado a la
condición humana... se podría decir, que es considerado normal el sufrirlo en
alguna o varias ocasiones a lo largo de nuestra vida; en caso contrario,
significara que no habremos intentado poner en práctica ni una sola de nuestras
ideas. Se podría afirmar sin miedo a equivocarse, que es verdad que el éxito se
puede alcanzar, pero que este vendrá después de innumerables intentonas,
acompañadas de otros tantos fracasos. Sí se triunfa en la vida es porque se
pone sobre "la mesa" mucho sacrificio, mucho esfuerzo e igual empeño
para la consecución del ansiado triunfo... Pero también porque hemos aprendido
"a base de palos" a evitar esos pequeños envites en forma de baches e
impedimentos que nos plantan cara justo delante de nosotros, obstaculizando
nuestro progreso; desviándonos, si no se remedia, hacia el inevitable fiasco
del fracaso. Los que fracasan verdaderamente, son aquellos que no adquieren
ningún tipo de experiencia en la adversidad, pues nunca asumen ningún tipo de
riesgo, en prevención de una más que probable decepción. Cuando surge una dificultad,
por diminuta que sea, en vez de “sacar pecho” para enfrentarse a ella,
retroceden hacia atrás, cediendo parte del terreno ganado; lo que provoca que
se hundan más y más en su desconfianza y como consecuencia, se esfume lo poco
que les quede de autoestima; desistiendo al final de poner en marcha esa u otra
idea, no volverá a tener iniciativa ni una sola vez más... carecen, por tanto
de espíritu emprendedor. Triunfar es sobretodo “aprender del fracaso”
levantarse igual número de veces que nos hubiéramos caído e intentarlo
infinidad de nuevas veces hasta conseguir aquello que se pretende. El éxito es
por tanto la suma de las experiencias (buenas y malas) adquiridas en tantos
desencuentros con la vida, en definitiva es sinónimo de saber afrontar las inevitables
condiciones de competencia que nos encontraremos en cualquier acción nueva que
emprendamos. De esta paradoja, depende en gran medida que nuestra manera de
obrar en esos retos, les hagan estar destinados al esplendoroso éxito o
condenados al estrepitoso fracaso. Cada infortunio, cada derrota, cada
decepción, cada fiasco, lleva consigo el germen del que nace la experiencia,
que a su vez despertara en nosotros unas habilidades hasta ese momento,
adormecidas y por tanto totalmente desconocidas para nosotros. Los reveses con
los que nos propina la vida van en esa dirección, se podría decir que incluso
juegan en nuestro equipo, a nuestro favor. El fracaso nos hace tomar
consciencia de nuestras propias limitaciones y, al mismo tiempo, nos estimula
en el afán de superarlas, de sacar lo mejor de nosotros, aquello que cada uno
llevamos muy dentro, sin sospecharlo tan siquiera. Esto es así, y sucede en
medio de un entorno que en muchas ocasiones nos resulta muy hostil, pero esta
hostilidad provoca que se nos curta el carácter, a la vez que nuestra
personalidad va alcanzando un nivel óptimo de autoestima y gana en naturalidad.
Quien delegue en otros la iniciativa y siga pensando que ellos se encargaran de
obsequiarle con un elevado grado de bienestar, o que será imperecedera su
felicidad, se le podría calificar como un tanto cándido y memo; obtendrá muy
pocas alegrías en su vida, la mayoría de las veces estará apenado, afligido por
no lograr superarse a sí mismo… se sentiría un miserable y los que compartan
con este tipo de persona, tanto filosofía, como maneras de pensar u obrar,
posiblemente acabaran por contagiarse de ese depresivo estado emocional. Existe
dos estados de ánimo, claramente diferenciados: uno: simplón, callado y
conformista; el otro: intrépido, vivaz, emprendedor y luchador… Cada uno
escogeremos el que mejor se amolde a nuestra personalidad. Por eso, es muy
peliaguda y delicada la labor de aleccionar al propio carácter, porque otros
nos podrían imitar hasta en el mínimo detalle de nuestros gestos y acciones….
Es muy importante no ser demasiados perfeccionistas “no ser más papistas que el
Papa” cayendo en una especie de psicosis, “porque errar es de humanos y
rectificar de sabios” en eso consiste la experiencia. La diferencia es que unos
aprenden de los errores, para aplicar ese conocimiento recién adquirido en su
futuro inmediato, mientras que otros sólo obtienen de ella dolor, padecimiento
y desconfianza. El éxito está en la capacidad de superar todos los traspiés de
la vida, con afán de superación, sin rencor, ni odios, ósea con nobleza. Es
penoso ver a personas que se suponían inteligentes, venirse abajo y abandonar
cualquier empresa, al mínimo contratiempo, o incluso aquellos otros que son tan
perfectos que no pueden soportar un pequeño batacazo en su brillante currículo
y se hunden de forma radical y miserable, para no levantarse jamás. Debemos
tener presente siempre que la mayor de las decepciones suele ser dejar de
intentar abrir nuevos caminos por miedo al fracaso, y dejar que los abran otros,
así obligatoriamente, tendremos que
aceptar las normas y designios que nos imponen los triunfadores, que son, en
definitiva quienes llevan la batuta y los demás aprender a tener la boca
calladita. En nuestra mano están todas las opciones, que cada uno escoja bajo
su responsabilidad la opción de futuro que desee.
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