Ante
las crecientes dificultades económicas que día a día van demoliendo el llamado estado del bienestar, cabe preguntarnos ¿Somos parte del problema o de la solución? somos la causa por vivir por encima de nuestras posibilidades, o lo somos por consentir tanta corrupción y pillaje. Nos basta y es
suficiente con observar y analizar las señales que se nos muestran y reconocer por ellas la
necesidad del cambio radical de actitud que la sociedad requiere. La situación es muy dura y difícil, solo con que detectemos las grandes carencias económicas y
sociales que desgraciadamente existen en nuestro entorno, bastara para que nos
confirme su gravedad y, para que fijemos nuestra atención en todo aquello que
permanece ante nuestros ojos oculto o que nos negamos a percibir... Para saber la auténtica realidad
de lo que acontece, no necesitamos mirar a un horizonte lejano, está
más cerca de lo que muchos quisieran o algunos pensamos. Según nos cuentan la
economía ha empezado a mostrar signos de crecimiento, ha comenzado “a brotar”, pero el árbol,
que nos representa, se ha secado, ha sido cortado, transformado en leña, en
carbón tal vez, pero se ha quemado…y sus cenizas se han esparcido al viento,
entonces ¿Cómo brotara? No hay indicios que el lugar del árbol sea ocupado
aunque solo fuese por plantas con flores, ni tan siquiera por cardos o forraje,
La tierra se ha transformado en yerma… ¿qué es lo que puede surgir aquí? Como se
puede anunciar una verde y florida primavera, si sigue siendo el invierno y se
muestra con toda su crudeza… Imposible, con “esta climatología” que algún
otro árbol "comience a brotar". Hay que ser realista, poner los
pies en el suelo... hasta que no llegue a todos la llamada bonanza, no se
puede anunciar el fin del frío invierno, mucho menos lanzar la idea
que se nota el calorcito y la proximidad del cálido verano, como si
fuese esta, una señal de inmensa plenitud, heraldo del fin de las
dificultades y de las penurias que acompañan a esta maldita crisis. Cuando
se aprecien esas señales claras e inequívocas, sabremos qué será de veras el
final del largo túnel en el cual se lleva seis años de durísima travesía. El final,
ni se le ve, ni se le puede oír, porque carece de voz, ni tiene, tampoco, un
rostro con el que le podamos identificar. Será solo apreciando signos
inequívocos de la cercanía del final los que nos muestre con una evidencia
clara de veracidad, que supuestamente viene la prosperidad a nuestro encuentro
o viceversa. Se le debe reconocer el triunfo en la guerra contra la recesión,
pero cuando sea cierta. También exigimos que no nos mientan para apaciguarnos
por medio de falsas promesas que dan un sentido nuevo a sus acciones, y estas
deberían ser analizadas para comprender, si es posible, las verdaderas razones
de su incumplimiento, que nos explique porque no se han puesto en práctica, y
esa explicación no sólo habrá de ser escuchada, si no también cuestionada. No se
debe correr el riesgo de olvidar las promesas o de malinterpretar la
justificación de su incumplimiento, ni hacerlo de una manera personalizada o desde el rencor. Seria
esta una imagen que describe un comportamiento insensato por nuestra parte, que
no lleva a ningún lugar, pues si se les otorga credibilidad, esta acabaría en
un nuevo fracaso y la decepción que le acompaña después de un esfuerzo largo y
penoso, seria tremenda, máxime cuando creíamos que serviría para acelerar la
recuperación, debemos aprender a anteponer los fundamento sólidos, cuyos
cimientos provengan del esfuerzo común y solidario, a llevar a la práctica promesas inverosímiles y difíciles
de poner en marcha. Nuestros valores deben comenzar y acabar con deducciones correctas
y veraces, de las cuales se puedan extraer verdaderas conclusiones, que nos
sirvan para hacer un riguroso examen de conciencia. No se puede confundir el
regocijo de haber obtenido un signo de mejoría, con el final de la guerra, aún
nos quedan otras arduas batallas, para vencer, esperemos que nuestra salud no nos falle y caminemos
aunque sea con dureza pero con la cabeza alta, con la dignidad intacta hasta el fin de
nuestra vida.
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