Comenzando
a elaborar un pequeño balance del año, o examen de conciencia como se le solía
llamar con anterioridad, uno puede caer en el equívoco de analizar los sucesos acontecidos
en este periodo como si fuesen ajenos, vividos por otros, visionados desde la
distancia y por ello "tratarlos” con distinta perspectiva, darles una
valoración distinta, que puede ser más o menos benigna en función de nuestros
actuales intereses. A propósito de evaluar nuestras acciones, por lo que a mi se
refiere; he de manifestar que este ha sido un “horrendum anno” que espero no volver
a repetir, al menos no de igual modo. Movido, como
acostumbro, por la intención de sacar de todo lo vivido, ya fuese malo o bueno,
una lectura positiva, debería analizar con frialdad lo acontecido e ir más allá
de lo que a simple vista le pudiese parecer a cualquiera, lo que se le
transmite, esto le haría dudar de la realidad que con sus ojos puede llegar a
vislumbrar, comprobando lo errado de su calificación. En realidad, todos
creemos fielmente lo que las circunstancias nos hace que creamos “haber visto o
vivido” pero ¿es cierto o es solo una ilusión?, con lo cual ya va ahí implícita
una duda razonable para aquellos que se creen en la posesión de la verdad en
términos absolutos. ¿Deberíamos andar o deberíamos desandar? ¿Correr o huir
todos juntos hacia no se sabe dónde? Parece como si todo se volviera en contra
de nosotros mismos, como si nos anunciase que algo perverso, no muy bueno va a
acontecer, que nos está acechando en el silencio y la oscuridad de la noche,
esperando que llegue su momento, que nos descuidemos para atacarnos... Nos mueve
más el deseo de que todo esté bien, que la realidad tangible, palpable… Queremos
estar de nuevo gozando de cierta estabilidad económica, emocional, social… o que
nos deje simplemente estar físicamente sanos, nosotros y los que nos importan… Pero
esta cuestión es, sin embargo, ante la cual estamos más desarmados, en
cualquier momento sin esperarlo puede aparecer la enfermedad o la propia muerte
en nuestro camino… Que todos somos carne de sepulcro, lo sabemos; aunque en
muchas ocasiones, parecemos olvidarlo. No hay que vivir temiendo al encuentro
con la muerte, pero ¿quién no le tiene al menos cierto pavor o respeto? A pesar
de todo esto, nuestro corazón es vehemente, desborda vida, emoción e inocencia;
se llena de gozo, rebosa de amor para compartirlo con los demás… Esto es lo que
nos lleva a seguir hacia delante, sin importar que duro puede convertirse este
temporal; debemos siempre de avanzar, no se sabe con certeza hacia donde, pero
la vida es en sí misma una clara invitación para que nosotros la vivamos en
plenitud, a veces con sonrisas, a veces con lágrimas, a veces con satisfacción,
a veces con frustración… pero igualmente con un fuerte deseo de encontrar
nuestro verdadero destino y esa será nuestra meta final.
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