Creemos que nada minara
nuestro ánimo, que nadie ni nada tiene la suficiente fortaleza para derribar nuestro
muro de contención, ese que hemos creado a nuestro alrededor, como barrera
infranqueable, como ultima defensa… Pero eso no es cierto o no es totalmente
verdadero. Esas defensas son frágiles y efímeras, sin una cimentación sólida. Muchas veces, sin esperarlo, suceden
acontecimientos que por inesperados nos desarman y merman nuestra confianza.
Sucede casi siempre en nuestro entorno más inmediato, en el círculo de
confianza… Lo que se creía que era una relación apacible y amigable se
transforma en borrascosa, sin motivo aparente, aparece la discordia, la malicia,
la envidia… Alguien, que “no nos quiere bien”, sembró la semilla de la
desconfianza, la fue alimentando con pequeñeces, con comentarios inoportunos,
calumnias… todo para conseguir que lo que fuera una buena relación, una buena amistad
se transforme en una cosa distinta y antagonista. ¿Qué gana con ello? ¡Nada! Más,
esa persona se siente feliz haciendo el mal. Pero a la vez, nosotros, sin
preguntar nada, sacrificaremos esa amistad por la supuesta desconfianza. Cuando
sucede esto, es muy difícil corregir el error, pues nadie se presta a aclarar
el malentendido, sale fuera nuestro orgullo. En vez de cuestionarnos que ha
pasado, analizarlo, meditarlo… preferimos creer ese comentario malintencionado.
Otorgamos crédito a palabras que nunca hemos escuchado, entre otras cosas, porque
nunca fueron pronunciadas. Creímos que conocíamos nuestro círculo de amistades
y es falso, para conocerlo deberíamos tener más confianza, saber cómo es cada
cual. Cuando les hemos dedicado nuestro tiempo libre y nos consta su amistad, cultivada
día a día. Cuando hemos tratado con su
familia, como si fuese la nuestra propia. Cuando hemos recibido su ayuda fuese material
o moral, sin cuestionarse nada. Cuando nos hemos divertido juntos, cuando hemos
llorado juntos... En todas esas circunstancias… Al final llegaremos a la
conclusión de que hemos fallado nosotros, hemos traicionado esa confianza,
hemos dado validez a palabras envenenadas, sin preguntar, sin aclarar el
malentendido, con ello cuenta la persona que “mete la pata”. Más no debemos
culpar a quienes hemos creído, carece sentido… De que llegue el final esa amistad, solo hay
un culpable, nosotros, porque, con nuestra desconfianza, demostramos que nunca
confiamos verdaderamente en ellos, que siempre fue solo fachada, no merecimos
algo tan hermoso, tan bello, tan único como es un buen amigo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario