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viernes, 20 de septiembre de 2013

Amigos


   Creemos que nada minara nuestro ánimo, que nadie ni nada tiene la suficiente fortaleza para derribar nuestro muro de contención, ese que hemos creado a nuestro alrededor, como barrera infranqueable, como ultima defensa… Pero eso no es cierto o no es totalmente verdadero. Esas defensas son frágiles y efímeras, sin una cimentación sólida.  Muchas veces, sin esperarlo, suceden acontecimientos que por inesperados nos desarman y merman nuestra confianza. Sucede casi siempre en nuestro entorno más inmediato, en el círculo de confianza… Lo que se creía que era una relación apacible y amigable se transforma en borrascosa, sin motivo aparente, aparece la discordia, la malicia, la envidia… Alguien, que “no nos quiere bien”, sembró la semilla de la desconfianza, la fue alimentando con pequeñeces, con comentarios inoportunos, calumnias… todo para conseguir que lo que fuera una buena relación, una buena amistad se transforme en una cosa distinta y antagonista. ¿Qué gana con ello? ¡Nada! Más, esa persona se siente feliz haciendo el mal. Pero a la vez, nosotros, sin preguntar nada, sacrificaremos esa amistad por la supuesta desconfianza. Cuando sucede esto, es muy difícil corregir el error, pues nadie se presta a aclarar el malentendido, sale fuera nuestro orgullo. En vez de cuestionarnos que ha pasado, analizarlo, meditarlo… preferimos creer ese comentario malintencionado. Otorgamos crédito a palabras que nunca hemos escuchado, entre otras cosas, porque nunca fueron pronunciadas. Creímos que conocíamos nuestro círculo de amistades y es falso, para conocerlo deberíamos tener más confianza, saber cómo es cada cual. Cuando les hemos dedicado nuestro tiempo libre y nos consta su amistad, cultivada día a día.  Cuando hemos tratado con su familia, como si fuese la nuestra propia. Cuando hemos recibido su ayuda fuese material o moral, sin cuestionarse nada. Cuando nos hemos divertido juntos, cuando hemos llorado juntos... En todas esas circunstancias… Al final llegaremos a la conclusión de que hemos fallado nosotros, hemos traicionado esa confianza, hemos dado validez a palabras envenenadas, sin preguntar, sin aclarar el malentendido, con ello cuenta la persona que “mete la pata”. Más no debemos culpar a quienes hemos creído, carece sentido…  De que llegue el final esa amistad, solo hay un culpable, nosotros, porque, con nuestra desconfianza, demostramos que nunca confiamos verdaderamente en ellos, que siempre fue solo fachada, no merecimos algo tan hermoso, tan bello, tan único como es un buen amigo.

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