¿Cómo
se puede enseñar a quien no quiere aprender? El arte de enseñar a estas
personas ha de ser muy distinto al de los demás. Ciertamente, estas personas perturban
a la persona más habilidosa, por su rudeza manifiesta para adquirir conocimientos, por vivir
aparentemente aislados en su mundo irreal, imaginario o de fantasía. Lo que se
enseña, fiel al “viejo estilo”, ha de
hablar de todo aquello que pueda despertar cierto interés, se ha de narrar o
contar de forma que despierte esa pasión oculta por el saber, por aprender algo
nuevo cada día. Precisamente, aquel que quiera expresar sus sentimientos, sus
opiniones, ha de adecuar la manera de hablar o escribir al receptor o receptores que le
escuchen o lean, eso dará más fuerza a su mensaje. Utilizando recursos lingüísticos,
que se transforme en imágenes vivas y concretas en la mente de los demás, sin deducciones,
sin tesis complicadas y por tanto difíciles de comprender; Para ello se ha de
ser un buen observador, una persona cercana a las condiciones humanas. También se
debe potenciar, en cierta manera, esa cercanía a las personas, haciéndose
entender bien, utilizando sus mismas palabras, su mismo lenguaje. Saber
explicar lo fundamental de la vida, los conocimientos que nos serán de mucha
utilidad cada día, el hecho de acumular experiencias, que a su vez, servirán de
materia prima para las enseñanzas posteriores. Aunque este material sea muy
elemental, primario y “básico”, pero es a su vez un material radicalmente nuevo,
inquietante… en definitiva nuestro deambular diario. La cosa más grande que se
hace con la enseñanza es combatir la ignorancia, pero se debe hacer con una
sencillez, que deje ver nuestra naturaleza humana. La sencillez que solo es
posible lograr gracias al conocimiento. Es pues, esta relación (sencillez,
humanidad, conocimientos) la que explica la armonía única que hay entre la dignidad
y la humildad. El hecho de aprender no se debe ajustar a unos parámetros cualquiera,
no se puede fomentar la competencia, ni hacerlo solo por beneficios personales.
La sabiduría se manifiesta tanto en la excelencia de la enseñanza, como en la
humildad y la sencillez transmitida y "contagiada". Ese amor por las letras, por las ciencias, por el arte...que no es genético, sino adquirido, ahí radica la verdadera importancia de la persona que nos ha de enseñar, en su habilidad, en su humanidad, humildad y sobre todo su sencillez.
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