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jueves, 7 de noviembre de 2013

Duros de corazón


  Es toda una alegría y una satisfacción la que nos muestra la ternura de las personas que se permiten “el lujo” de procurar el bienestar, el sustento de aquellas personas que han caído en la desgracia del paro y con ello en el camino de la pobreza. Es volver a vivir la fraternidad que nunca debió de perderse. Nosotros no podemos cambiar el mundo, pero si hacerlo más acogedor, más humano si se me permite la expresión. Y si lo intentamos, lo haremos acogiendo a todos los que con plena confianza y abrumados por la necesidad, se acercan a nosotros para pedir nuestra ayuda. Ya que , si bien, no encuentran remedio a todas sus penurias, si hallaran un hombro donde llorar y compartir sus penas. Al igual que un médico es necesario para sanar las dolencias del cuerpo, también ellos necesitan alguien que les escuche, que se solidarice con ellos, que sienta sus problemas como si fuesen propios, Algunos "pudientes"dando una pequeña limosna se creen que ya han cumplido sus deberes sociales, se creen generosos, pero no sienten ninguna necesidad  de comprometerse, de solidarizarse con los pobres o necesitados, y si fuese por ellos, les daría igual que un rayo les partiese a todos, que desaparecieran de un plumazo, incluso, es doloroso decirlo, sentirían placer y alivio. Si nosotros, a pesar de carecer de todo, no nos sentimos conmovidos, nos entristece todas sus desdichas, entonces ¿Quién les podrá socorrer?, ¿Quién atenderá sus demandas?  Nosotros mismos, nos sentimos orgullosos de esta forma de pensar y de actuar en concordancia: Prestaremos nuestra voz, nuestra palabra se transforma en un grito de auxilio… Pensamos que no es necesario dar un toque de atención, porque todos, creemos nosotros, sienten la misma angustia en su pecho, mas es falso. Algunos tendrían que pedir perdón, por su comportamiento, por su desidia, por su quietud... no quieren obrar como lo hacemos nosotros, están en su derecho, pero ellos tienen posibles, bienes para hacerlo. Sentirnos como si ellos no fuesen de este mundo, nos han abandonado a la “buena ventura”. Nos da vergüenza ajena, ya que van de “buenos”, se atreven a pedir perdón, parecen que sienten compasión, pero solo es “de boca para fuera”... Y cuánto hacen algo, por muy minúsculo que sea, Tenemos la obligación de estarles agradecidos por sus molestias… ¡Si solo han dado unas migajas…! Decía mi madre ¡Dios mío cuanta calavera habrá el día del juicio! Y es verdad, cuanta hipocresía, Cuántos desagradecidos hay en la vida. Más también hemos de sentir lastima por ellos, no quieren a nadie, y a su vez no son queridos… ¿se puede ser más pobre?¿se puede estar más necesitados? La soberbia les domina y les hace menospreciar todo lo que de verdad tiene valor en la vida. Nosotros con no seguir su ejemplo, con estar llenos de humildad, de humanidad, incluso para perdonarles su lujuriosa y ociosa vida, para no contagiarnos de esa enfermedad que mata lo poco o mucho de persona que aún les queda, alejarnos lo más posible de esa soberbia. Aprendamos la lección que la vida nos quiere enseñar, por lo necesitados y también por nosotros; Solos no podemos combatir la injusticia, pero dice el refrán “Más vale solo que mal acompañados”... Por ello debemos de abrigar un gran gozo cuando se puede hacer un bien por alguien, pues también se dice “haz el bien y no mires a quien”. Al menos eso intentamos, ¡ojala! y lo consigamos, no para merito personal, sino para aliviar la tremenda necesidad que existe.

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