Vivimos
en un mundo que se ve abocado hacia la cultura del materialismo, son muchos
quienes viven y actúan solo para la obtención de los bienes, olvidando otros
valores que son tan precisos como el comer, está bien que se persiga algunos
bienes que son prioritarios: comida, bebida, un techo, incluso entrarían sus
“vicios” y poco más… Otros solo viven para sus negocios: compran, venden,
siembran, recogen, construyen, derriban. Pero con un punto de mira tan corto,
que relegan su máxima aspiración a atender sus negocios o intereses, dando como
resultado, que toda su energía se orienta a conservar esa arcaica forma de
vivir, creyendo así, que protegen e incluso incrementan sus posesiones. Pero
bajo mi punto de vista es conformarse con una concepción de la vida que perece
por caduca e inoperante, y a la vez, cercena el desarrollo de la propia
personalidad y obstaculiza su construcción como ser humano, llevándole a una
frustración de la que es difícil salir, incluso a veces, esta depresión, le
disfraza de persona sórdida y roñosa para tratar de ocultar la impotencia de su
actitud. Pero nosotros cuestionamos ese modo de vivir, lo hacemos mediante unas
preguntas que requieren una respuesta eficaz y contundente, que sea capaz de
resolver las dudas razonables que plantean seguir esa dinámica en la vida,
¿Quien vive por y para sus bienes? ¿Quién teme perder lo que consiguió?; y si
tiene ese temor a perderlo, ¿Cómo lo conservará? ¿Qué estaría dispuesto a hacer
para conservar ese patrimonio? Profundizando en estas preguntas, ¿Qué es lo que
se quiere insinuar? ¿Perderemos, acaso, nuestros bienes? La respuesta es
lógica, ¡No!, en absoluto, los bienes siempre serán nuestros, nadie nos los
quitara o se apropiaran de ellos inadecuadamente, siempre estarán aquí,
son nuestros; más nosotros no somos eternos, sino efímeros como la vida
misma. Quienes presumen de tener todas esas cosas, aunque ahora les sean de
mucha utilidad, y muestren su poder y fortaleza, no les servirán de nada, no les
evitaran el final que será, quizás, lo único que compartamos. Más con una
diferencia fundamental: quienes anteponen los valores materiales al desarrollo
de su propia personalidad, se perderán en el olvido de los tiempos, nadie
hablara bien de ellos cuando hayan muerto. De hecho, ¿quiénes son los que temen
por su vida? solo aquellos que han desperdiciado su vida y la han vivido
exclusivamente para sí mismos, son aquellos que viven ensimismados, encantados
de haberse conocido, cerrando los ojos e ignorando por completo los
sufrimientos de los demás que le son ajenos y no hacen otra cosa que no sea
incordiarles. Es evidente que toda vida se ha de acabar necesariamente, y de
nada servirá haber vivido, si se ha estado en soledad, siendo tacaño y gruñón
al estilo de míster Scrogee.... Toda vida, por ella misma, no vale nada si no
va acompañada del crecimiento personal, que marche acompañada de una
exuberancia de ideas, de una madurez en el razonamiento y como consecuencia
desembarque en la compresión del sufrimiento ajeno. Por el contrario, si se
fomenta el odio, el egoísmo, y se recluyen en la indecencia, en un intento
constante de poseer cuanto más mejor y si es posible lo ajeno…única y
exclusivamente para su deleite y gozo, para engrandecer su ego. Habrá sido, está,
una vida vana, vacía de contenido, estéril... Por este motivo, todos las
personas de bien, siguen como modelo una vida plena en la que comparten
generosamente sus aspiraciones, sus ilusiones, sus penas, sus alegrías… y sus
bienes que ponen al servicio de los demás de múltiples maneras, pero nunca con
la intención de aprovecharse de ellos, menos aún en los tiempos que corren, que
son tiempos de crisis.
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