Nuestros
actos siempre se caracterizan por la convivencia entre el bien y del mal. El bien suele
ser (a nuestro entender) lo que hacemos nosotros y el mal solo lo vemos en los actos de los otros, y también imperante en el resto del mundo. Deberíamos tener mucho cuidado
con la forma de plantearlo, pues a los ojos de otros, somos nosotros los que
hacemos el “mal”. Hoy, podemos hacer el propósito de tener más cuidado a la
hora de emitir juicios de valor. Las cosas no son siempre como las percibimos, podemos
decir, que habría que analizarlas y darle un tiempo prudencial para reflexionar y poder
opinar con auténtica veracidad. Debemos de creer que las palabras vienen a explicarnos
hechos acontecidos de difícil justificación, no por ello falsos, hay que saber dar el
beneficio de la duda y también dejar espacio para tener esa misma duda
razonable. Hay que creer en la sinceridad de las personas, sobre todo si está
en entredicho su prestigio personal. Pero ¿Qué sucede cuando dos opiniones,
supuestamente sinceras, no coinciden? Alguno de los dos, o los dos mienten. No
puede existir dos verdades paralelas sobre un mismo hecho… será la aportación
de ciertas pruebas, la que incline la balanza hacia uno u otro lado. No
puede quedar en un himpas, a lo que quiera uno entender o según sean nuestras simpatías.
Por qué no se avanza con suficientemente rotundidad sino es con la verdad. ¿Cómo
puedo creer a alguno más que al otro?, no entiendo de leyes, ni de aptitudes
personales, o no quiero entender. Es simple y llanamente pedir “explicaciones”
a quien tiene datos para ofrecerlas. ¿Serán sinceras?¿Podemos confiar? nuestra
confianza está en horas bajas, debido a las falsedades vertidas, dichas y
mantenidas en el tiempo. Frecuentemente vivimos en la ignorancia, y
casi nunca nos detenemos a pensar en lo que sucede, ¿Quién mueve las fichas? ¿Con
que oculto interés?. Deberíamos darnos cuenta de la manipulación a la que estamos
sometidos, de cómo hemos hecho verdad algunas mentiras o viceversa... sin esperar
situaciones que quizá lo confirmen o lo desmientan. Hemos de pensar con
sensatez, pidiendo responsabilidad a quien la tenga, que brille la verdad y no sea por su ausencia, de nada vale sofocarse, si
aparentemente no tiene ninguna trascendencia. Vivir pensando en que todo el
mundo hace el mal es perverso, pero igualmente malo es pensar que todos hacen
el bien. En la viña del señor los hay: buenos, malos o mediopensionistas, debemos
de reflexionar sobre ello: “nada es verdad, nada es mentira, todo es del color del
cristal con que se mira”.
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