Estamos
tan acostumbrados a perder que cuando ganamos nos sienta hasta mal. Este dicho,
que últimamente tanto se repite, nos
da para algunas reflexiones: entre ellas, nos habla de nuestra rutina, de los sufrimientos,
de las privaciones, de los apuros económicos, de la inestabilidad personal, Es
un “milagro” que continuemos con la entereza moral, a estas alturas de la “película”,
Pero haciendo un buen uso de la coherencia, la vida nos parece ser más sutil,
más simplificada… Pese a ser bastante dura, extensa y penosa por momentos. Todos
nuestros pensamientos confluyen en posibilitar que en nuestros quehaceres “brillen”
la justicia, la compasión, el altruismo,
el compromiso y sobre todo seamos fieles a nuestra ética. Las penurias en nuestra sociedad actual van en
la misma línea que se mueven la economía. Pero se debe dar valor a las cosas
pequeñas, a las pequeñas alegrías que muy de tarde en tarde, nos suceden,
parece hasta exagerado, es verdad, las
personas que celebran las pequeñas cosas tienen la distinción de gozar de gran generosidad,
comparten con los demás esa pequeñez, que para ellos es “lo más grande del mundo”. Hemos sido
testigos de vivencias de personas que comparten lo poco que poseen, de los que
se suele decir “que nada es suyo”, otros, sin embargo, se reservan lo poco o lo
mucho que dispongan para disfrutarlos ellos solamente, muchas veces temiendo a
la escasez en la vejez. Tienen todo el derecho a hacerlo, nadie les ha regalado
nada y quizá, no han aprendido, o no han querido aprender a ser solidarios.
La vida es la mejor maestra que existe, nos enseña cual ha de ser nuestro
modelo, entre varias opciones, que se adaptan a nuestra personalidad, pero el
ejemplo nos arrastra, es como un imán del que no podemos resistir su fuerte
atracción. Los buenos educadores se esfuerzan en vivir aquello que enseñan.
Esto es la coherencia. No solamente con decirlo, explicarlo, sino vividlo de
lleno: “la grandeza de las personas esta en valorar las cosas pequeñas”
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