Hay
días que nos despertamos “apagados” sin gana de nada, espesos, sin ideas, sin
ganas de hablar con nadie, ni que nadie nos diga nada. Más pasado un tiempo
prudencial, y ya completamente despiertos, el día se torna radiante y comienzan
a trabajar las “neuronas”. Nos cuesta entender por qué nos levantamos con esa apatía…
Pero comenzamos a trabajar con la misma ilusión, como si fuese el primer día.
Para muchos es un día especial, es viernes…lo que significa que viene el fin de
semana y el merecido descanso. Pero, todos los días debemos pensar en aquellas
personas para los cuales todos los días son “de descanso obligado”, me refiero
a los parados. Han dejado de vivir con ilusión, se les escapan en su vida, muchísimas
ocasiones únicas, que no se volverán a repetir. En la reciente historia de
nuestro país, nunca ha habido tantas personas desempleadas. No ven futuro
alguno. No perciben el momento de volverse a sentir útiles, no ven la hora de
poner fin a sus penurias. Es necesario, por tanto, conocer y comprender a todas
las personas con las que convivimos, sus miedos, sus esperanzas, sus legítimas aspiraciones,
su modo de ser y entender la vida. Buscar la razón esencial para ese toque
dramático. No nos cuesta mucho señalar las ocasiones perdidas por la sociedad,
por no haber puesto limites, por no haber cimentado bien los pilares del
desarrollo, por no haber aprovechado el momento de crecimiento económico. ¿Cuántas
ocasiones habremos perdido por no planificar el futuro? ¿Por qué no nos auto-valoramos
nosotros mismos? Vivimos en un mundo donde domina la maldad, el egoísmo,
pensamos solamente en nosotros y nuestros allegados; lo cual es lícito, pero
debemos de acordarnos de los que no trabajan, no porque no quieran, sino porque
no encuentran. Sabemos que no tenemos la solución de sus males ¡ojala! Pero si
podemos y debemos exigir a las administraciones que les proteja, que no les
abandonen cuando más necesidades tienen. Habitamos en una tierra dura, cruel,
con grandes brechas y desigualdades. Lo cual no significa que nadie sea mejor
que nadie, todos debemos tener nuestra oportunidad y aprovecharla. No esperar
que ocurra un milagro y nos toque la lotería, debemos poner los pies en la
tierra y analizar “que puedo hacer yo” y mirar el futuro con optimismo, sin
perder de vista el sufrimiento del presente, hacerlo más liviano, compartir y
pensar “No hay bien ni mal que cien años dure”.
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