No
se debe pretender que sobre los más humildes caiga todo el peso de la crisis.
Que ellos la paguen con sus esfuerzos, con sus privaciones… y los pudientes no
aporten nada o muy poco. Esto no solamente es una sandez, sino una maldad
adornada de mucha soberbia. Y es maldad porque se hace a sabiendas que lo sufrirán
las clases más débiles, por ello, el uso de la palabra “maldad”. En ese
aspecto, los dirigentes de esta generación son malvados; piden que aguantemos,
que ya nos queda poco para salir de este pozo sin fondo, pero ellos no predican
con el ejemplo, no se solidarizan con los que más están sufriendo, ni les
ayudan… les acusan incluso de defraudadores, de robar las arcas públicas. ¿Quién
defrauda a quién? ¿Se les dará otra oportunidad si siguen acusando? También son
“malvados” porque ponen como condición el sufrimiento, ayudan a los ricos a ser
más ricos, deshacen cualquier mecanismo de ayuda social (ley de dependencia
etc.) para dar después su indulgente apoyo a los poderosos. Ni ante sus votantes
claudican, porque todo lo hacen, supuestamente, por el bien común, traicionarían
a su propio padre si fuese necesario, o si se lo piden los acreedores. Que
ellos quieren el bien común, lo pongo en cuarentena, son como espectadores
sentados en sus poltronas esperando las órdenes oportunas de quienes realmente
mandan... Pero con ello se están cargando la idea de “España”, la están vaciando
de contenido, momentos de debilidad que son aprovechados por los buitres que
revolotean con el incipiente olor a cadáver. No puede ser que se permanezca con
los brazos cruzados. Que se aliente la confrontación y se resucite las “dos
Españas”, sólo aquellos que permanecen en la ignorancia, en la dejadez, pueden
permitirlo, todo por una obediencia a sujetos que solo les interesan nuestros
bienes y que seamos débiles, cuanto más débil mejor para ellos. Esta debilidad
que nace de la ceguera política, ¿A qué se espera? ¿Por qué se callan? Somos
testigos de cargo de esa dejadez, que va en contra de nuestros intereses, que
mantienen un ridículo pulso del que nadie saldrá vencedor, pues es nuestra mano
derecha contra la izquierda. Es pues, una caricatura de lo que debería ser un
orgullo para todos. Dice un refrán que “no hay peor sordo que quien no quiere
oír, ni más ciego que quien no quiere ver” Si se lo propone saldremos todos victoriosos,
si se sigue en la inacción, no quedará ya nada qué hacer, sino sufrir la
condena de pagar más y más deuda… todo por la obstinada obediencia ciega a
sectores ajenos a nuestra realidad. Deben adelantarse a los posibles
acontecimientos, defender a aquellos que representan, intentar acabar con este
sufrimiento… Solo entonces les reconoceremos como parte nuestra, una parte que
se ocupa del bienestar del resto de su cuerpo.
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