A
veces tendemos a pensar que con una acción de solidaridad que efectuemos en la
vida, habremos cumplido. Estaremos, en la práctica, totalmente errados. Esto no
es nunca así, sucede, que no siempre “funciona” el autoengaño. La primera consideración, a tener en cuenta,
es la asiduidad, la tenacidad. Hemos de cambiar de actitud, sin desalentarnos
nunca, aunque nos parezca que nuestras acciones chocan de lleno contra el muro
de la intolerancia. O que no es comprendida enseguida por nadie. Son cualidades
de aquellas personas, que a pesar de pecar de inoportunas, pretenden
desalentarnos, quitarnos esas pocas de ganas de ser solidarios, que no quieren
entender las razones que nos mueven a obrar así. Más si ellos lo necesitan,
vienen a medianoche a pedirnos auxilio, y, siempre reciben aquello que nos piden.
Debemos ser ese amigo que escucha, que quiere el bien para todos, sin importarnos
quien nos pide ayuda, ni la hora, ni lugar o las circunstancias, ser en una
palabra constantes. No sabemos si en verdad le podemos auxiliar, darles lo que nos
piden, porque hay peticiones que son difíciles o imposibles de atender. Otra
actitud a tener en cuenta es la confianza, que siempre resulta muy limitada e imperfecta, pero que es una razón poderosa
que mueve a todas las personas solidarias. Con esta actitud siempre tendremos esa
fuerza interior que nos hará enfrentarnos a cualquier situación, por difícil,
dura e inesperada que pudiese ser. Es la fuente desde la que saciamos nuestra
sed de justicia, con ella no dudamos de nada, ni de nadie… en especial de
nosotros mismos.
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