Pensamos
que no
nos vamos a detener por nada, que somos inmunes a cualquier obstáculo que
pudiese aparecer en nuestro camino. Con esta actitud prepotente, nunca nos creeremos que nada nos hará doblegar. Pero lo que verdaderamente sella la pauta de nuestra conducta, no
somos nosotros, sino nuestras circunstancias. Esas que a lo largo de los años,
nos han forjado ese carácter abrupto. Si el camino es “Amargo y doloroso” no podemos
doblegarnos, aminorarnos ante ese temporal, por muy fuerte que nos azote. No debemos de
rendirnos ante la mínima contrariedad surgida, por muy grande que fuese la afrenta, ni
abandonar a los que dependen de nosotros a su suerte. Tampoco hacer sufrir a personas inocentes que no tienen culpa alguna. No Debemos sucumbir ante cualquier adversidad, aunque solo sea por dignidad personal. Buscar y sacar hacia fuera esas pocas fuerzas que
tenemos adormecidas, demostrar que somos personas curtidas, no cualquier “trapo viejo”.
No temer a nada, ni a nadie… Si perdemos nuestros valores, habremos
perdido, no solo una batalla, sino la guerra entera. Debemos "sacar valor de la flaqueza, aceptar con resignación el
infortunio, las calamidades que la vida trae consigo y nos regala solo por el simple hecho de vivir. Nunca se debe abandonar el barco, aunque el naufragio fuese inminente, hay multitud de puertos donde
desembarcar…No olvidarnos de defender a los que carecen de defensa, de
autoestima, a los que tiran la toalla… Más se debe calibrar la intensidad de
nuestras acciones, no vaya a ser que se cumpla aquello de “por la boca muere el
pez”… mucho hablar de los valores éticos y de su defensa… y ser nosotros mismos los que tenemos
esa carencia. Con demasiada frecuencia, nos llegan noticias de los efectos
perversos de esta crisis, que suelen ir acompañados de desahucios, de violencia de género, de protestas, de manifestaciones, de cargas policiales… Sucesos que nos “invitan” a
abandonar la fe en las personas. Los únicos que perseveran en su empeño de
luchar por los demás ante las fatalidades, son “las ONG´S” a través de
sus voluntarios. Porque además les parece una ingratitud, una deslealtad abandonar a los
necesitados, sobre todo, en estos momentos difíciles y de tan grande crueldad.
El abandono al que son sometidos, la gente más humilde, nos produce bochorno,
acompañado de una tristeza "cabreante"...para nosotros. Es el clamor por la
justicia social, por la paz en todos los hogares, la que provoca esa la voz que
se convierte en grito que resuenan en todas las conciencias de las personas de
bien. Es el grito del silencio, que parte desde la zona más recóndita de
nuestra alma y fluye hacia fuera exigiéndonos un fuerte compromiso.
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